Sinopsis

Katherine se trasladará a Santiago, para pasar el verano en casa de sus tíos. Pero aquel lugar tan idílico no lo será tanto, enseguida su ángel protector entrará en acción, y le avisará continuamente que ese chico del que ella está enamorada, no es alguien de fiar.
¿Qué es lo que Jack esconderá?

martes, 17 de mayo de 2011

Prólogo + Capítulos 1 y 2

Prólogo


En los primeros años de mi vida sólo recibía pequeñas pinceladas de lo que realmente podría llegar a hacer. Llegué a la conclusión de que mi mente usaba los sueños para enviarme información camuflada, en forma de signos sin importancia. Sin embargo, aunque llegaba a descifrar algunas señales, nunca sabía anticiparme a los hechos.
Todo esto puede sonar algo extraño, es por ello que voy a pasar a narrar lo que me sucedió hace poco.
Dos años atrás, primer día de Marzo, noté algo raro en el último sueño de aquella noche.
En la ensoñación salía tarde de casa, y rumbo al colegio reparaba en el reloj de la farmacia, eran las nueve menos un minuto, llegaba tarde a la escuela.  
Desperté al fin con los maullidos de mi gata, la habíamos rescatado de la calle el pasado verano, recién nacida.
Al ver que me movía subió hasta mi cama y empezó a morderme la barbilla, algo que hacía cuando quería salir a la calle.
Le acaricié un rato y después empecé a prepararme, no quería llegar tarde al colegio tal y como acababa de soñar.
Al cabo de un rato los maullidos cesaron, y supuse que al final mi gata a la que todos en casa llamábamos –peque- porque nos faltaba originalidad a la hora de poner nombres, había logrado que le abrieran la puerta, pudiendo así salir al pequeño jardín que teníamos fuera.
Terminé de vestirme, desayuné y al volver a mi cuarto, reparé en el calendario, aún no había arrancado la hoja de febrero. La quité tras tachar el último día con un rotulador lila, y contemplé el día uno. Una sensación de mal augurio se apoderó de mi cuerpo, agité la cabeza y miré la hora en mi teléfono móvil.
El tiempo me sobraba, fue entonces cuando me dije a mí misma en tono irónico recordando el sueño;
<<Pues hoy al menos no voy a llegar tarde.
Me puse la mochila a la espalda y me despedí de mi hermano y mi madre, afuera, el frío del invierno se clavó en mi piel. Y cuando alcé la vista hacia la carretera principal que pasaba ante mi casa, descubrí el cuerpo de mi gata tirado en el asfalto, con un charco de sangre esparciéndose debajo de ella, contemplé cómo uno de sus pies se movía cómo si le estuviera dando un calambre, mientras los coches iban y venían de un lado para otro a grandes velocidades, parecía milagroso que no le pasaran por encima.
En ese momento debí de decir algo así, aunque no lo recuerdo:
-       Oh no, no puede ser, no puede ser. – corrí unos pasos y verifiqué que tal y como me había parecido se trataba de mi gata, mi mente en shock ordenó a mi cuerpo dar media vuelta, entrar en casa y contarle a mi madre lo que había visto, para a continuación, informarle de que saldría en busca de la gata, pues aún guardaba la esperanza de que pudiera seguir viva.
Tiré la mochila a un lado y salí corriendo, cuando alcancé la carretera, cogí a mi gata en brazos, y salí de allí antes de que uno de los coches me llevara por delante, aunque yo ni siquiera reparara en ello. Llevé a la gata hasta nuestra casa, y se la di a mi madre, que la recibió entre pequeños llantos y preguntas que no tenían ningún receptor en concreto. Mi hermano decidió quedarse en su habitación, pensando en si enfrentarse la realidad era lo mejor.
Rato después recordé mis obligaciones, agarré la mochila y me fui de casa con la imagen de mi gata envuelta  en una manta blanca en brazos de mi madre, mientras las lágrimas caían por su rostro, yo aún estaba en shock.
Y camino al colegio, reparé en el reloj de la farmacia, eran las nueve menos un minuto.
Reí secamente en mi interior.
Mis poderes siempre han conseguido sobrepasarme, aunque ahora, tiempo después de lo sucedido aquella mañana de marzo he conseguido controlarlos, pero sigo sin poder evitar ver en ocasiones al contacto con la gente cosas que no me gustan, o tener sueños que luego se cumplen.

Capítulo. 1

Cambio Primaveral

Katherine. Escuchó que le susurraban al oído. Y lo primero que vio, fueron las pupilas resplandecientes de añoranza de su hermano, con aquel color tostada. A continuación se dirigió hacia la ventana y descorrió las cortinas. Y dejó que la brisa de la primavera entrara a su habitación.
-       Mamá me ha dicho que te despertase. Está histérica, ya sabes cómo se pone antes de cualquier cambio. Te dejo para que te puedas vestir, nos vemos en el desayuno.
Katherine vio languidecer la figura de su hermano por las escaleras que conducían al primer piso. El olor a café se esparcía por el aire, impregnándolo todo. Podría haberse cambiado el pijama por alguna otra prenda, pero no le importaba presentarse así en la cocina. Tampoco sería la primera vez que lo hacía. A continuación fue al baño a lavarse la cara.
Nada más entrar por la puerta, su madre la miró fijamente, desafiándola.
-       Antes de que digas nada – se apresuró a comentar Katherine.  – Tengo tiempo para prepararlo todo, así que por favor te lo pido, déjame disfrutar de mi último desayuno cómodamente.
Estrella se sentó a la mesa, dejando sobre ésta un surtido de magdalenas y diversa bollaría que hicieron las delicias de toda la familia.
-       Está bien. Porque es el último día… Pero en cuanto termines de desayunar, te pondrás algo bonito y recogerás tu cuarto. Hay que hacer las maletas. ¿De acuerdo?
Katherine ni siquiera asintió, se limitó a saborear una palmera de chocolate que previamente había introducido en su taza de café.
Su hermano Pablo, de apenas doce años, y cabello color marrón, comentó con su padre los resultados del partido de fútbol que habían visto la noche pasada. Estrella iba dictando en voz alta, a toda la familia, cómo iba a ser el día (o como lo había planificado ella).
Estrella era, en palabras mayores, la madre perfecta. O eso era lo que opinaban casi todos la que la conocían. Lo que, desde los ojos de sus hijos le quedaba muy grande. Por supuesto la querían y la adoraban, aunque en muchas ocasiones sus intenciones llegaran a ser pretenciosas y excesivas. Estrella era una mujer ordenada, elegante. Vestía siempre lo mejor que podía pues con el cuerpo delgado y largo que tenía todo le sentaba bien. Los años parecían no surtir efecto en ella. Las arrugas solamente acudían a ella cuando sonreía.

Katherine volvió a su cuarto tras acabar el desayuno, con la voz aguda de su madre a su espalda ordenándole que hiciera mil y una cosas. Contempló el vaivén de las cortinas, y recorrió la estancia con la mirada. Había pasado tanto tiempo entre aquellas cuatro paredes. Era una despedida definitiva. Ahora iba a pasar el verano en casa de su tía, pero al finalizar las vacaciones no regresaría allí, sus padres habían mandado construir una casa con vistas al Mediterráneo por la que habían estado trabajando muchísimo los últimos meses, también era verdad que sus padres esperaron hasta el verano para que tanto Katherine como su hermano terminaran el curso que estaban haciendo cada uno por su lado en el colegio, y así empezar desde cero el próximo septiembre. Era algo que esperaban desde hacía años.
Se agachó para recoger una pelota de color naranja. Y su mente se trasladó al pasado, cuando no tenía más de ocho años, y hacía botar aquella bola por toda la casa, y especialmente por el jardín, jugando con su gata peque. No pudo evitar que sus labios insinuaran una sonrisa en sus labios. Katherine agitó la cabeza, y contempló la cruz que descansaba en el jardín. Una que se molestaba en cambiar cada vez que fuera necesario, pues estaba hecha con dos pequeñas ramas.
Siempre recordaría los buenos momentos junto a su gata peque, pero creyó oportuno, ya que su vida iba a pegar un giro de trescientos sesenta grados, enterrar los malos recuerdos. Dejó la pelota sobre la mesilla junto a su cama, ya se ocuparía de encontrarle un lugar mejor cuando hubiese ordenado y preparado todo lo que debiera llevarse.
Antes de que pudiera darse cuenta, ya era la hora de comer. Su madre la llamó, he inmediatamente, cerró una de las tantas maletas que había llenado ya y que ahora descansaban en el suelo bajo la ventana, y a continuación se dirigió a la cocina.
Eran las once y diez minutos cuando terminó de empaquetar todo. Katherine se dejó caer sobre el colchón y repasó la vacía habitación. Habían quedado diferentes tonalidades en la pared al quitar los pósteres. Los muebles se presentaban sosos y sin vida, como todo lo demás en general.
Estrella la llamó. Supo instantáneamente que era la hora. Agarró una foto enmarcada en la que figuraban todos los “miembros” de la familia, desde su padre hasta su perro. Era como un mosaico que se había permitido hacer con el ordenador. Y francamente, no le había quedado mal. Arrastró las maletas todo lo que pudo, que no fue mucho, ya que sus fuerzas se agotaron nada más llegar al principio de las escaleras. Necesitó la ayuda de su padre y su hermano, que las trasladaron hasta el coche entre quejidos y un juego que se inventó Pablo que consistía en adivinar el contenido de éstas.
Katherine se apresuró a acercarse a la tumba de su gata, y tras hacer un pequeño agujero en la tierra junto a la cruz, enterró la pelota naranja.
Unas lágrimas casi resbalaron de su rostro.
-       Katherine – le llamó su madre, desde el asiento delantero del coche que descansaba aparcado frente a la casa.
Corrió hacia el coche, y al cerrar la puerta trasera el auto arrancó. No tardaron en llegar a la estación de trenes. El viaje fue tranquilo, pues a aquellas horas la cantidad de autos que circulaba por las calles era escueta.
No fue hasta las doce menos cuarto, cuando Katherine no pudo controlar sus nervios, y causa de ellos, tuvo que andar de un lado a otro.
-       Hija, toma. – Su madre le tendió una pequeña mochila de color azul.
-       ¿Qué es esto? – preguntó ella.
-       Hay batidos de frutas, un bizcocho, una botella de agua y unas cositas más que te he preparado para el camino.
-       Gracias mamá, pero no hacía falta.
-       Claro que sí, es un viaje de unas cinco horas, necesitarás comer algo.
Se miraron a los ojos y no hubo nada más que decir.
El pitido del tren se asomaba a la lejanía. El momento se acercaba.
Pablo, y su padre (Alberto), se levantaron para despedirse de ella. El segundo la achuchó en un fuerte abrazo, y el primero le estrechó la mano. Aunque Katherine no se pudo contener y le abrazó finalmente.
Los siguientes minutos, mientras Alberto se encargaba de que todas las maletas llegaran sanas y a salvo al tren, Estrella se despidió de su hija.
-       Nos veremos dentro de dos meses. Seguro que te lo pasas genial con tu tía y su prima Laura. Espero que no te olvides de llamarme de vez en cuando.
-       Claro mamá, lo haré en cuanto llegue – aquella fue una mentira a medias.
-       Venga, ve que si no el tren se va sin ti.
Alberto abrazó una última vez a su hija, y después la vio entrar al tren. A continuación, éste se puso en marcha, y a los segundos, pudieron contemplar como Katherine se despedía de ellos con la mano.
Su figura de perdió en la distancia, adentrándose de lleno en las montañas.
Katherine exhaló todo el aire que había contenido en sus pulmones hasta aquel momento. Sacó el billete del bolsillo de su pantalón, y por el número de su asiento, supo guiarse por el andén hasta encontrarlo. Se quitó la mochila azul que le había entregado su madre minutos antes, y se sentó, mirando fugazmente el exterior a través de la ventana. Abrió la mochila y cotilleó todo lo que contenía, efectivamente su madre le había metido todo lo que le había mencionado antes, además de una chaqueta con la cual refugiarse. Ella había sido prudente, a Katherine, en cambio, se le había olvidado meter en su equipaje cualquier cosa que fuera de manga larga o que le permitiera protegerse del frío.
Abrió el zumo de naranja y se lo bebió enseguida.
Entonces, su teléfono móvil vibró. Se trataba de un mensaje de su hermano Pablo que decía así;

Espero que te lo pases muy bien en Santiago, pero te he visto un poco triste en la despedida, así que te voy a contar un chiste. Pues quiero que sonrías aunque sea un poquitín.
Primer acto: Sale un teléfono sangrando.
Segundo acto: Sale el mismo teléfono sangrando.
Tercer acto: Sale el mismo teléfono sangrando todavía.
¿Cómo se llama la obra?
            Se cortó la llamada.
Espera que te cuento otro más.
Doctor, doctor, tengo tendencias suicidas, ¿Qué hago?
           ¡Págueme por adelantado!
Espero haberte sacado al menos una sonrisa. Te quiero mucho hermana.

Katherine esbozó una sonrisa tímida y cerró el teléfono, ya se encargaría de contestar a su hermano más tarde, ahora estaba cansada.
El sueño no tardó en llegar.

Se despertó horas más tarde. Parpadeó hasta acostumbrarse a la luz. A los lejos divisó el mar y una guirnalda de cobre líquido que lo sobrevolaba, hasta alcanzar el pueblo de Santiago. Su destino.
Se enderezó en el asiento, e hizo uso de su chaqueta. El frío atravesaba las ventanas y se le clavaba en la piel.
Minutos después, el tren paró, y una voz masculina lo anunció por los megáfonos.
A parte de ella solo bajaron tres personas más.
-       ¡Katherine! – gritó un hombre.
Ella se giró en redondo. Se había puesto la mochila a la espalda, y la cremallera de la chaqueta estaba totalmente cerrada.
Su tío Javier corría hacia ella, sonriente, con un cigarrillo entre los dedos. Él se había ocupado de recoger sus maletas, y a posteriori, llevarlas hasta el coche en que la trasladaría hasta su nueva casa.
Javier, medía poco más de metro sesenta, y no era un sílfide precisamente. Una pequeña barriga cervecera abultaba bajo su camiseta de manga corta, los brazos velludos y las piernas entrechas. Katherine apenas lo recordaba de las pocas veces que lo había visto en su infancia.
-       Bienvenida – le dijo él dándole dos besos en las mejillas.
-       Gracias.
-       Ven, sígueme.
Katherine se agachó en un intento de llevar las maletas. Pero su tío se lo impidió, chasqueando repetidamente la lengua y negando con el dedo índice.
-       De las maletas me encargo yo. Tú has venido a pasártelo bien. Así que olvídate de tus obligaciones.
Salieron de la estación de trenes y llegaron hasta el aparcamiento en que descansaba el coche envejecido de Javier.
-       Ya sé que no es ninguna maravilla, pero mientras funcione… ¿no?
Ella asintió. Y mientras se ponía el cinturón, vio cómo su tío metía las maletas en el maletero.
El viaje hasta la casa fue silencioso, por parte de Katherine. Que no medió palabra. En cambio, Javier no se cansó de intentar conseguir que ella dijera algo. Al final, tuvo que poner la radio, y la música se apoderó del momento.
Katherine miraba en silencio a su tío, de cabello corto y moreno.
Al poco tiempo ya había llegado a casa.
Lo primero que Katherine sintió al salir del coche fue el olor a salitre que procedía del mar, el cual tenía a pocos metros de distancia.
El sol asomaba a lo lejos, con timidez.
A Javier le costó encontrar las llaves que les permitían entrar en la casa.
-       Pasa – le dijo él. Katherine quedó asombrada por las dimensiones de la casa. Todo estaba construido con madera. Javier la guió hasta la cocina, de la que pudo ver el pequeño jardín delantero que daba a la calle, con la hierba crecida y los arbustos desiguales.
-       Tengo que cortarlos algún día, ¿verdad? – comentó Javier, ofreciéndole un tazón con leche. - ¿Tomas cola-cao?
-       Sí, a veces.
-       Te puedes servir tú misma – le señaló la mesa cubierta por un mantel blanco con rayas azules. Sobre él reposaban unos platos llenos de magdalenas, azúcar, y un bote de cacao.
El olor de las tostadas que se estaban haciendo le abrió el apetito.
-       Gracias. – dijo ella. Javier y Katherine se sentaron a la mesa. Disfrutando de aquel desayuno adelantado. – No sabía que vivías con Ulalia – comentó. Ulalia era su tía. La verdadera dueña de aquella casa.
-       Sí, bueno. Hará cosa de un año tuve que vender mi casa y me echaron del trabajo por incompetente, y… - Javier se detuvo un momento, los malos recuerdos le golpeaban el corazón.
-       ¿Estás bien, Javier? – fue entonces, cuando Katherine, preocupada por su tío, cometió el error de tocarle.
No solía pasar siempre, pues lo tenía bastante controlado, pero aquel extraño don que poseía le hizo sentir el dolor que invadía a Javier en aquel momento, sintió como si girara en una vorágine de sentimientos, y un montón de imágenes le vinieron a la mente. Traición, desamor… Vio como una mujer traicionaba a su tío, y su corazón se rompía en mil pedazos junto a sus esperanzas al verla marcharse por la puerta de la que había sido su casa.
Y como ese muchos más recuerdos llegaron a ella. No lo podía evitar ya, había bajado la guardia al preocuparse por Javier, y ahora su don le mostraba cosas que no quería ver. Ya no solo eran los recuerdos de aquel desamor, si no todos los errores y problemas que le habían sucedido en la vida.
Javier le soltó la mano, para cogerla de los hombros, evitando que así se cayera de la silla. Katherine en aquel momento era como un muñeco, sin voluntad propia. Aún atrapada en los recuerdos de su tío.
Oía los gritos de éste en el presente como lejanos sonidos, llamando a Ulalia.
La mujer, con rulos en la cabeza, y poniéndose una bata de color azul, apurada. Contempló la escena. Las ojeras se marcaban en su cara cruelmente, haciéndola aparentar diez años más de los que en realidad tenía.
-       ¿Qué ha sucedido? – preguntó ella, asustada.
-       No lo sé, de repente, se le han puesto los ojos en blanco, y es como si hubiera caído en un trance, no despierta, aunque parece oírte.
-       Ven, ¿puedes con ella? Llevémosla al ático. – le dijo Ulalia.
Katherine apenas sentía el movimiento de sus extremidades al son de la gravedad desde los brazos de su tío.
Alcanzaron el cuarto piso y al entrar en la estancia, la dejaron sobre la cama.

Cuando despertó, se encontraba sola. La madera crujió bajo sus pies, indecisa, se acercó a la ventana. Desde allí podía ver perfectamente el mar, que se extendía hasta el infinito, perdiéndose en la lejanía.
Era ya de noche, la luna brillaba en lo alto, bañando el mar de plata. Katherine se preguntó cuánto había estado durmiendo.
Se encontraba bajando por las escaleras, buscando a alguien cuando sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. La sensación no era familiar pero sí similar a varias que había experimentado en el pasado.
La temperatura bajó drásticamente, y podía ver su propio aliento en el aire. Tenía los pelos de punta cuando se adentró en el pasillo. Olía a colonia de hombre. Llegó hasta una puerta, entreabierta, de la que provenía aquella sensación, se dispuso a entrar cuando algo le tocó el hombro. Katherine se giró bruscamente, y gritó al ver un rostro en la penumbra.
-       Oye, no seré la mujer más guapa del mundo, pero tampoco es para tanto. – le dijo una mujer de su edad y estatura. - ¿Qué hacías aquí? – le preguntó.
Pero Katherine se había quedado muda, sin habla.
-       ¿Te ha comido la lengua el gato o qué? – comentó sarcásticamente.
Se trataba de su prima Laura.
-       Tendrás la decencia de pedirme perdón al menos.
-       Lo-lo siento.
-       ¿Lo siento, no se te ha ocurrido nada más, acaso eres corta? Da igual, mi madre está preocupada, iba a ver cómo te encontrabas pero al parecer es más grave de lo que esperábamos, no sé qué te habrá pasado pero te has quedado atontada.
Bajaron al salón. Ulalia esperaba sentada, y al ver a Katherine entrar en la estancia saltó del sofá y se abalanzó sobre ella.
-       Katherine ¿te encuentras bien?
-       Para nada, mamá, se le ha ido la pinza, necesitará un trasplante de cerebro o algo así para que sea normal. – se apresuró a decir ella.
-       No le hagas ni caso – le dijo Ulalia evitando a su hija.
-       Estoy bien, no os molestéis. De veras.
-       Me he llevado un susto al verte en brazos de Javier. Me he temido lo peor.
-       Lo siento.
-       No te disculpes, no pasa nada.
-       ¿Dónde está Javier?
-       Se ha ido a trabajar, está cerrando una fusión con una empresa. Está contentísimo.
-       ¿Y vendrá pronto? Me gustaría pedirle disculpas por lo de esta mañana.
-       No te preocupes. Cuando llegue ya se enterará, tú quédate tranquila.
-       Mamá – Laura entró en el salón, se sentó en el sofá y continuó:- Déjala, ya te he dicho que tiene algún problema. Por cierto, voy a coger una cerveza del frigorífico.
-       ¡Ni hablar! ¡Y no te metas con tu prima, ella no tiene ningún problema!
-       ¡Papá me dejaría beber cerveza! – reprochó ella.
-       Papá está en Cuba con su novia, así que si quieres tomarte una cerveza te vas con él. De momento mientras estés aquí sólo beberás agua. – Ahora le habló a Katherine – No le hagas ni caso. Ella es así. Si te insulta le pegas una torta, sí eso es lo que necesita esta niña, una leche para enderezarse, que últimamente tiene un carácter que no hay quien la aguante.
Aquella noche Katherine acompañó a su tía a la cocina. Y mientras la observaba cocinar con maestría, iban hablando sobre la familia. Tía Ulalia quiso saber el estado de su hermana es decir la madre de ella, y si todo estaba saliendo bien.
Katherine asintió. Ella esperaba ansiosa que Javier volviese de trabajar para disculparse. De momento todo parecía estar bien. Mañana daría una vuelta por el pueblo. Tenía claro que un día de esos debía darse un chapuzón en el mar.

Capítulo. 2

Sangre Fresca

El día siguiente amaneció encapotado, y Katherine vio desvanecerse sus ilusiones de recorrer el pueblo. A consecuencia de haberse pasado prácticamente todo el día anterior en la cama, durmiendo, fue de las primeras personas en despertarse, pero no la primera puesto que su tío Javier disfrutaba de un zumo de naranja que él mismo se había exprimido. Ahora comprendía el ruido que la había desvelado.
-       Buenos días. – le saludó él. - ¿No te habré despertado, no? – preguntó al ver que Katherine reparaba en la exprimidora.
-       No, que va. – negó ella con rotundidad. - Javier, quería pedirte perdón por lo de ayer – confesó.
-       ¡No pasa nada! Me llevé un buen susto, pero Ulalia me llamó ayer por la noche para contarme que te habías despertado. En vez de pensar tanto en mí, tendrías que pensar más en ti. ¿El desmayo de ayer fue el primero o has tenido más?
-       No, eh… - Katherine pensó lo más rápido que pudo – creo que como estuve sin comer tanto tiempo, y no había dormido bien, pues… Simplemente me desmayé.
-       Espero que sea ese el motivo y no uno más grave. No dudes en acudir a nosotros si alguna vez te encuentras mal, me da igual si es a mí o a tu tía, no te quedes callada, ¿bien?
Asintió con la cabeza.
-       Me tengo que ir – comunicó mientras se levantaba y dejaba el plato y el vaso sucios en la fregadera. – Estoy cerrando un trato importante, puede que gane más dinero y más comodidad en el trabajo. Hasta luego.
Katherine vio subirse a su tío en el coche del que disponía y perderse entre otros autos que conducían camino al pueblo.
De pronto alguien tocó el timbre. Katherine se quedó seca un instante, sin saber muy bien qué hacer, pero cuando ya se disponía a abrir la puerta principal de la casa apareció Laura, bajando corriendo por las escaleras y diciendo:
-       ¡Es para mí, es mi chico!
Se quedó quieta unos segundos ante la puerta cerrada, aspiró lentamente una bocanada de aire y finalmente abrió.
-       Hola, Laura. Vengo a traeros el recado que tu madre nos encargó ayer en la tienda.
-       Ah sí.  Adam cariño, espera un segundo. ¡Mamá, el recado! – vociferó - Estará dormida  aún, ya ves, cosas de la edad… - Adam esbozó una sonrisa picarona.
-       ¡Que te he oído! – gritó Ulalia, bajando por las escaleras. – Hola Adam, no hacía falta que vinieras tan pronto. – comentó ella, amablemente.
-       No pasa nada señora, así me levanto antes y aprovecho a hacer más cosas durante el día.
-       No me llames señora, que me haces sentir vieja... – en aquel momento Laura masculló en voz muy baja:
<<Pues lo que eres>>
-       Así me gusta, que los chicos jóvenes como tú aprovechéis. Que luego… -comenzó a decir, y después recordó el motivo por el cual él la esperaba en la puerta. - ¿Cuánto es cariño?
-       Seis euros y cincuenta céntimos. – contestó Adam automáticamente.
-       Bien – Ulalia se puso a rebuscar en la cartera que se acababa de sacar del bolsillo. - ¿Así bien? – preguntó al tenderle el dinero a Adam en la mano. Él lo conto y asintió.
-       Adiós señora. ¡Ah, por cierto! – se giró repentinamente cuando ya se iba. – Mi padre les invita mañana por la noche a una barbacoa. A las ocho de la noche.
-       ¡Bien, dile que allí estaremos! – dijo Ulalia, mientras todas lo contemplaban marcharse montado en una bicicleta. Laura agitaba vívidamente la mano en señal de despedida.
-       Es tan guapo… - dijo en un suspiro cuando hubo cerrado la puerta y cada una se dirigía a hacer lo suyo.

***

Laura se encontraba en su cuarto, pensando en qué iba a ponerse para la barbacoa cuando alguien llamó a su puerta.
-       ¿Sí? – preguntó, en un tono cansado.
-       Soy yo – era Ulalia.
-       Pasa. – su madre entró a la estancia, y miró fijamente a su hija.
Hubo un pequeño silencio hasta que ella reparó en la mirada que su madre le estaba echando.
-       ¿Qué quieres?
-       Pedirte que hagas un favor de mi parte. – Ulalia caminó hasta la cama en la que se encontraba Laura tumbada, con la espalda apoyada en la pared mientras miraba algunas camisetas suyas.
-       ¿Qué favor?
-       Me gustaría que te comportaras con tu prima, Katherine es muy buena chica, dale una oportunidad, sé que a tu edad las amistades ya están selladas, pero es tu familia, sólo es eso, sé más amable con ella, o al menos no le contestes tan borde. ¿Vale?
-       Sí, mamá – asintió ella, más concentrada en la ropa amontonada que la cubría casi por completo que en su propia madre.
-       ¿De veras? – insistió ella.
-       Que sí. – cortó ella.
Ulalia se quedó un momento en silencio y después de fue de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí.

***

-       ¿Les has invitado? – le preguntó Jack.
-       Claro – contestó Adam.
-       Bien, mañana comenzará todo. – asintió él, se deslizó hasta su cuarto, que se encontraba al fondo del pasillo, y poco después se escuchó un grito atronador que procedía de ahí.
Adam miró a su hermano, extrañado.
-       Tiene un nuevo juguete – le comentó. - ¿Has conseguido la sangre?
-       Por supuesto, ¿por quién me tomas? – Adam sacó una botella de agua, llena de sangre. – Aún está calentita.
-       Hay que buscarse a alguien nuevo, la chica a quien se la sacas empieza a tener mal aspecto.
-       Esa chica, Laura, es más fuerte de lo que te crees, hermano. Aguantará más tiempo, además toda la comida que nos encargan y que hacemos especialmente para ellos contiene una generosa cantidad de vitaminas y glucosa. Es imposible que se muera.
-       Me da igual, si papá se entera de que bebemos sangre de Laura…
-       ¿Nos matará? – le interrumpió. – Si no fuera por nosotros no sabría vivir. Recuerda que él no soporta mucho la luz solar. Y por favor, no lo llames papá. Das lástima.
-       ¡Lo llamaré como me dé la gana, y tú deberías seguir mi ejemplo. Hijo de puta! – Antes de que Jack pudiera moverse, Adam ya lo había agarrado del cuello, lo apresaba con fuerza, estampándolo contra la pared a unos diez centímetros del suelo.
-       ¡Ni… se te… ocurra hablarme así, gilipollas!
Adam lo soltó, y Jack cayó al suelo, inmediatamente se llevó las manos a la garganta, con la prioridad de volver a tomar aire.
Cuando ya se había levantado, su hermano no estaba. Fue hasta la encimera y se sirvió la sangre que quedaba en la botella de agua en un vaso. Se la bebió y a continuación lo limpió un par de veces con mucho jabón y guardó la botella en la mochila que él había dejado allí.
Se dirigió al cuarto de su padre, golpeó dos veces la puerta con los nudillos, pero como nadie le contestó, decidió abrirla.
-       ¿Qué quieres? – escupió Lusom, enfadado.
Una mujer esbelta, yacía atada de pies y manos a la cama, con toda su ropa completamente ensangrentada. Dos hilillos del líquido rojo formados recientemente caían por su cuello.
-       ¿Vas a venir ahora, o más tarde? – preguntó Jack, acongojado. Tragó saliva.
-       Ahora… - espiró aire por la nariz -… estoy ocupado, iré más tarde. Tengo que alimentarme.
-       Vale, me encargaré yo de abrir la tienda. – Lusom volvió a hincar los dientes en la yugular de su víctima. La sangre brotó de la herida. Jack cerró la puerta, un hambre atroz se le había antojado al contemplar aquella escena.

***

Laura estaba nerviosa, había sacado toda su ropa del armario, la cual ahora se esparcía por toda la habitación, ocultando la cama por completo.
Katherine por su lado, apenas tenía un vestido, y no le gustaba, menos para aquella ocasión.
-       Puedo dejarte algo, aunque… - se detuvo para radiografiar a su prima de arriba abajo. – No sé yo si cabrás en alguno de mis vestidos.
Laura tenía un cuerpo perfecto, podría desfilar en una pasarela de moda si quisiera, ser una presentadora de televisión o actriz incluso una diva de la música. Esa noche se había arreglado el cabello de tal manera que su volumen se había multiplicado, tirabuzones negros caían a ambos lados de la cara, la sombra de ojos le daba un toque más salvaje a su mirada, y el pintalabios rojo sangre le venía que ni pintado.
-       ¡Este, es este! – Laura sacó del armario un precioso vestido azul difuminado que rozaba en la cola lo oscuro. Se quitó la camiseta y el pantalón sin tapujos ante su prima, y se lo puso. Los tirantes del vestido dejaban al descubierto completamente sus hombros. El canalillo era sugerente, y la espalda también se le veía.
-       Te queda perfecto, pero ¿estás segura de llevar ese vestido, no es muy exagerado para una barbacoa?
-       ¡Que no te enteras, primita! ¡Tengo que ganarme a Adam esta noche sí o sí, y este vestido me va ayudar mucho! – se deslizó hasta el cuarto de baño que tenía enfrente de la habitación, y mientras daba vueltas se inspeccionaba en el espejo. – Sí, por una vez tienes razón primita, estoy de muerte. Ahora hay que encontrarte algo. Déjame ver… - volvió al armario, y enseguida sacó un vestido, que aunque al lado del suyo quedaba ridiculizado, era mucho mejor que el que tenía Katherine. – Este igual te queda bien, pruébatelo. – Ella, al contrario que su prima, necesitaba intimidad, se acercó hasta el baño y se cambió de ropa.
Al salir, su prima la miró con detenimiento, la había estado esperando. Encendió la luz del pasillo, y asintió con la cabeza.
-       Pareces otra. Puede que incluso te entre algún tío. Ahora tendré que maquillarte, por qué… Das pena así.
-       Pensaba ir sin maquillar… - se sinceró ella.
-       ¿¡Estás loca!? ¿Cómo vas a ir sin maquillarte? ven, que voy hacer que ni el espíritu santo te reconozca cuando salgas de este cuarto de baño. – Laura agarró su gran estuche de maquillaje y arrastró a su prima al baño. Tardaron casi media hora en salir.

***

Jack era quien se encargaba de recibir a los invitados en la entrada de la parcela. Con la verja negra afilada abierta a cada lado suyo. La señora Bon fue la primera en llegar. Ella era una mujer que rondaba los ochenta y cinco años. Viuda y con un hijo muerto en la guerra, cuando tan solo era un bebé, la señora Bon tenía el cabello blanco por completo, canoso, se podría decir que gris. Su mirada aguileña captó a Jack y éste, le ofreció su brazo para ayudarla en el trayecto desde su coche hasta la casa. El chofer que había traído a la señora Bon se montó en la limusina y se fue por donde había llegado. Jack acompañó a la octogenaria a la puerta, paso a paso.
-       Eres muy guapo, Jack, de seguro que conquistas todos los corazones que se te ponen por delante – comentó la octogenaria.
-       ¿Me está proponiendo algo, señora Bon? – bromeó él.
-       ¡Ay chico, ya me gustaría a mí, tener a alguien como tú cerca! Pero que va, estoy muy mayor para amores imposibles, además nos llevamos muchos años. Sería algo un poco raro.
<<No lo crea – pensó Jack, en realidad, la diferencia no era tan grande pues él contaba con más de setenta primaveras, aunque aparentase sólo veintitrés, la edad que todo el mundo creía que poseía.
Entraron en la casa.
-       ¿Han venido ya? – le preguntó Adam a su hermano.
-       No, tranquilo, seguro que vendrán.
-       Eso espero, porque me muero de sed.
-       ¿No pensarás…? – Jack miró a su hermano, temiéndose lo peor.
-       ¡Venga, no te lo tomes así! Sabes perfectamente que con un vaso al día es imposible sobrevivir, si seguimos así al final no podremos exponernos al sol. Además, nuestro aspecto envejecerá y aparentaremos la edad que realmente poseemos, y yo no sé tú, pero por mi parte, no quiero ser un viejo de ciento diez años.

***

Katherine no se reconoció al ver su reflejo en el espejo. Tuvo que tocarse la cara para reaccionar.
-       Ahora pareces otra – le dijo Laura, sus ojos marrones le parecieron verdes por un instante. – El nuevo color de pelo te sienta mejor. Este castaño rojizo es maravilloso… ¿tal vez debería teñirme el pelo? – en aquel momento, una bocina las hizo sobresaltarse.
Laura fue a su cuarto y miró por la ventana. Adam conducía un coche rojo. Él se quitó las gafas de grandes cristales y ella no pudo evitar suspirar.
-       ¿Estás lista, princesa?
-       ¡Sí, ahora bajo! – gritó ella, terminó de arreglarse y salió a la calle, Ulalia ya conversaba con Adam. Laura se acercó al coche y deslizó su mano derecha por la tapicería.
-       ¿Falta alguien? – preguntó él.
Justo en ese momento, Katherine salía de la casa, intentando no tropezarse con los quince centímetros de tacones sobre los que iba montada.
-       ¡Guau! – dijo Adam, sorprendido – estás para comerte.
Laura se enfadó, y le dio un golpe con el codo en las costillas.
-       Princesa, no te enfades, era solo un comentario…
Ulalia ya había montado en el auto. Adam guió a las dos mujeres y las llevó a la barbacoa.
Por el camino, Katherine se dio cuenta de la excesiva atención que Adam le concedía, durante casi todo el trayecto se la pasó mirándola. Ella evitaba su mirada reflejada en el retrovisor. Por suerte, Laura no se percató de nada de todo aquello, Katherine no pudo evitar imaginarse el escándalo que montaría de haber sucedido lo contrario.
Llegaron a casa de los Mead, el lugar donde se hacía la barbacoa. Las farolas alumbraban débilmente la acera, aun así, la luz de la casa resplandecía con fuerza, desde fuera, se oía la música salir por las ventanas. Las chicas entraron al jardín, la puerta principal permanecía abierta, de modo qué la luz de dentro de la casa, alumbraba una mesa de madera situada en medio del jardín. En ella, había muchísimas cosas con las que servirse, y a la mesa, disfrutaban más de media docena de personas. Todos ellos vecinos del pueblo y grandes clientes de los Mead.
Lusom Mead era quien llevaba la tienda situada en el centro del pueblo, enfrente de la iglesia. Aquel pequeño establecimiento, era una pastelería. Y era conocida por los deliciosos pasteles que la familia Lusom hacía con maestría. También vendían bebidas, bollería, chucherías, y un sinfín de bebidas.
Katherine se quedó boquiabierta, al contemplar como el chico más hermoso que había visto en su vida, se le acercaba con paso decidido y calmado.
-       Hola, encantado de conocerte, me llamo Jack. – le estrechó la mano, mientras seguía perdida en otro mundo. Quedó atrapada por aquella mirada, esos ojos verdes esmeralda, y su pelo corto castaño. - ¿Te ocurre algo? – le preguntó él, al ver que no reaccionaba.
-       Encantada, igualmente. – Jack no era tan musculoso como Adam, pero era más guapo, ambos medían más o menos lo mismo. Parecían ser dos obras no reconocidas de Miguel Ángel. Pero aún quedo más absorta al ver acercarse a un tercer hombre, mayor que los dos hermanos y que presentaba como el padre, Lusom.
-       Bienvenidas – dijo él, sonriente. – Tenéis todo lo que queráis para picar en la mesa del jardín. Así qué, adelante, estáis en vuestra casa.
-       Gracias, Lusom, te habrá costado mucho todo esto ¿no? – preguntó Ulalia. Se acercaron a la mesa y empezaron a cenar.
Con el tiempo, todo se desmadró, los mayores conversaban sobre política y la economía. Bebiendo vino, cerveza, y demás bebidas alcohólicas.
Laura había desaparecido junto con Adam, que se habían retirado al bosque que comenzaba a unos metros de la casa de los Mead.
Katherine se encontraba sentada en las escaleras del porche, comiendo un trozo de pastel que estaba segura se arrepentiría de haber comido al día siguiente.
Miró brevemente a Lusom que conversaba con sus invitados, era muy guapo. Y la barba de dos días que se había dejado le favorecía, hasta hacerlo casi irresistible. Todas las señoras invitadas coqueteaban con él. Con esos genes, a Katherine le parecía normal que le hubiesen salido unos hijos tan guapos como lo eran Jack y Adam. Y hablando de ellos… Jack le tapó la vista.
-       Hola, estás un poco sola ¿no? – dijo él, sentándose a su lado.
-       Laura se ha largado con tu hermano, y aún no conozco a nadie en el pueblo. Así que…
-       Es verdad, Adam me ha comentado que llegaste hace nada. ¿Qué te parece el pueblo?
-       Si quieres que te diga la verdad, y por lo que he visto hasta ahora, que se resume a nada, soso, eso me parece.
Él rió. Katherine lo contempló sonreír, sus ojos centelleaban de vida.
-       Estoy deseosa de que haga sol para poder disfrutar algo de la playa.
-       Está bien saber eso – apuntó. – Si no te importa, me gustaría ser yo quien te enseñara el pueblo y todas sus maravillas.
-       ¿Seguro? Te aburrirías conmigo.
-       No te subestimes.
Jack se levantó y le tendió la mano.
-       Las princesas como tú son únicas.
-       ¿Me estás tomando el pelo? – dijo ella, completamente seria.
-       No, ¿te lo parece?
-       Sí, nunca nadie me había llamado princesa, a excepción de mi padre.
-       Pues ya era hora de que alguien te lo dijera.
Katherine lo miró a los ojos, profundamente, y tras un breve silencio le estrechó la mano. Fue entonces, repentinamente, cuando sucedió. Un rayo rojo y veloz atravesó su mente, al tocarlo.
Entonces, se apartó sin querer ofenderlo.
Jack estaba extrañado.
-       ¿Te ocurre algo? – le preguntó.
-       No, es sólo… que me he mareado.
-       ¿Seguro?
-       Sí, tranquilo. Estoy perfecta.
-       Ahora tengo que ir recogiendo todo, si no te importa….
-       No, vete, voy a buscar a mi prima. – Le dijo ella.
Katherine se introdujo en el bosque, caminando con cuidado. Los tacones que llevaba no eran los ideales para aquel tipo de terrenos.
La curiosidad la invadía desde hacía un rato. Su mente repetía aquella imagen que había tenido lugar tiempo atrás, con el contacto entre Jack y ella. Ese relámpago rojo se sucedía continuamente en su cerebro.
Sin darse cuenta tropezó con una roca y cayó al suelo, por suerte había sido en la hierba, y no en los charcos de barro que la rodeaban y se extendían por todo el bosque.

***

Adam dejó a Laura en el suelo, se había adentrado lo suficiente en el bosque como para que nadie los encontrara. Laura, con la respiración agitada se apoyó en una piedra gigantesca, de unos dos metros que había justo detrás de ella.
Adam la besuqueaba continuamente, en los labios, en el cuello… en los senos… Se le habían extendido los colmillos, y se preparó para atacar.
Laura sintió la mordedura en el cuello, pero el dolor perduró muy poco. Enseguida el somnífero que contenía la saliva de Adam la adormeció, proporcionándole un efecto parecido al de la marihuana.
La sangre brotaba de la herida, pero todo fue de mal en peor. Laura perdió parcialmente la consciencia, la sangre comenzaba a escasear en su sistema, pues Adam le estaba dando un uso muy continuo. Si seguía así, podría acabar anémica. Y aunque él lo sabía, no podía contenerse cuando los colmillos afloraban bajo su labio superior.
Entonces, escuchó romperse una rama a su espalda.
No le quedó más remedio que detenerse. En ese momento, sus sentidos estaban completamente agudizados, y pudo saber quién era el que lo había descubierto.
-       Katherine – dijo Adam, con la voz ronca, similar a la de una bestia.
-       Tenemos que irnos, Laura, la barbacoa ya ha acabado. Adam, Jack te necesitará para recoger todo.
-       No tranquila, él sabe valerse por sí mismo, ¿puedes dejarnos solos?
-       ¿Por qué, qué sucede, Adam? – Katherine dio un paso.
-       ¡No, quieta! – No podía seguir bebiendo la sangre de Laura, de lo contrario, Katherine lo hubiera pillado y todo lo que tenía pensado hacer con ella se iría al traste. – Se ha desmayado, ya me encargo yo de llevarla.
-       Pero… yo no puedo dejarte así… - volvió a dar otro paso.
Adam retiró los colmillos, y esperó a que con el resto de la saliva que había dejado en la herida, ésta se curara. Justo en el momento, en que Katherine se puso al lado suyo para tocar a su prima, la herida se cerró por completo sin dejar ningún rastro, como si nunca hubiera pasado nada de todo aquello.
-       Katherine, puedo yo con ella, de veras, déjame a mí solo.
-       Está bien, pero si te cansas, no dudes en comunicármelo.
Él no pudo evitar sonreír. Una humana se ofrecía a ayudarle a llevar un cuerpo. Resultaba irónico desde su punto de vista.
Cinco minutos después llegaron al coche, y antes de que Adam las llevara de vuelta a casa. Jack se acercó a Katherine y le preguntó:
-       ¿Qué te ha pasado en el vestido?
Katherine lo miró de arriba abajo, y aunque no lograba distinguir gran cosa bajo aquella pobre luz, logró distinguir alguna mancha de barro en el vestido.
-       Nada, lo que me pasa es que soy muy torpe.
Adam dejó a Laura que apenas había recobrado la consciencia con su madre, Ulalia. Y entonces, se marchó montado en el coche.
Ulalia junto con Katherine arrastraron a Laura hasta la cama de su cuarto. Y después de haberla metido entre las sábanas y de haber cerrado la ventana, abandonaron la habitación junta.
Katherine se quitó el vestido en su cuarto y se vistió con su pijama. Limpió los zapatos y tras dejar el vestido sucio en el cesto de la ropa para lavar, se dirigió al cuarto de su prima para dejar cuidadosamente y sin meter ruido los zapatos en el armario.
Al abrir la puerta, sintió una oleada de aire frío, y vio saltar a una figura negra por la ventana, que quedó abierta. Se quedó sorprendida y por poco no gritó. ¿Pero cómo? ¿Quién había sido, y como había logrado entrar en su habitación?
Entró en la estancia y la cerró tras cerciorarse de que la figura negra no estaba en los alrededores. Se acercó a su prima y compró que estaba bien, su tía la había desvestido y le había puesto ropa cómoda para que durmiera.
Katherine abandonó la habitación y se dirigió a su cama, aquella noche le costó dormirse. El momento del contacto entre ella y Jack permanecía, y el reciente susto que se había llevado al ver saltar una figura por la ventana de su prima persistía en su mente. 

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