Sinopsis

Katherine se trasladará a Santiago, para pasar el verano en casa de sus tíos. Pero aquel lugar tan idílico no lo será tanto, enseguida su ángel protector entrará en acción, y le avisará continuamente que ese chico del que ella está enamorada, no es alguien de fiar.
¿Qué es lo que Jack esconderá?

martes, 17 de mayo de 2011

Capítulos 3, 4 y 5

Capítulo. 3

Un beso a mil por minuto

El hombre bajó de su coche, el cual había dejado la marca de los neumáticos en el asfalto al frenar. Se adentró en el estrecho callejón, vigilando que nadie lo viera, aunque sabía perfectamente que en cien metros a la redonda sólo había dos mujeres de la vida haciendo la calle, decenas de bares llenos de hombres ebrios, y alguna que otra panda de matones buscando a alguien de quien reírse un rato en sus patéticas vidas.
Nada más atravesar la puerta de la entrada al local, todos los clientes giraron la cabeza para mirarlo. Las prostitutas sin embargo, seguían a lo suyo, haciéndoles disfrutar.
-       Hacía tiempo que no te pasabas por aquí – le dijo una voz femenina, situada detrás de la barra.
Lusom se acercó hasta ella, sentándose en una de las sillas, miró a la preciosa mujer. Los ojos de ella brillaban con intensidad por el modo en que la luz del local le daba. Tenía un cabello rojo precioso liso que caía en tirabuzones y llegaba a ocultar sus hombros parcialmente. Además llevaba una sugerente camiseta negra que resaltaba su figura.
-       Te veo tan guapa como siempre – le dijo él, mirándole el pecho sin cortarse un pelo.
-       Voy a tener que empezar a cobrarte – dijo ella en tono burlón.
-       No me importaría, cariño… - dejó que pasaran unos segundos para ir al grano.
Ella se puso seria, borrando la sonrisa de un plumazo.
-       ¿Qué quieres?
-       Vengo a por más.
-       ¿¡Más!? – gritó ella. – Lusom, no puedes seguir así, yo no me puedo permitir que sigas a este ritmo. Consumes a dos de mis chicas por semana, y ¿sabes? Las putas no se encuentran tan fácilmente.
-       Lo sé, pero cariño, necesito más sangre, debo permanecer horas al sol durante todos los días.
-       Pues deja la tienda esa, no tienes porqué trabajar, mira, puedes hacer unos trabajitos para mí – la chica deslizó su dedo índice sugerentemente por el rostro de él.
-       No, tengo que seguir en la tienda.
-       Vale, pero al menos dime por qué.
-       Eso no te incumbe Roxán.
-       Sí, por supuesto que me incumbe. No puedo seguir dejándote a dos de mis chicas por semana, una sí, pero dos no. Además, si al menos las dejaras con vida, y me las devolvieras, tampoco pasaría nada, pero encima por cada una que te llevas, una que pierdo, y ya no hablemos del dinero.
-       Está bien, vale, tú ganas. Me llevo sólo a una.
-       ¿Cuál vas a querer? – le preguntó ella, mirando a todas las prostitutas que dejaban someterse a la voluntad de los clientes.
Lusom se giró en redondo con la silla giratoria, e inspeccionó detenidamente a las chicas.
-       Me llevo a la japonesa morena.
-       Muy bien. Por cierto, no te olvides de traerme el dinero la próxima semana.
-       Sí. ¿Algo de eso de lo que tú sabes?
-       Sí, al parecer no hay movimientos por el momento. Según me ha dicho mi contacto… parece que El Creador se ha cansado de buscaros.
-       ¿Tu cliente policía?
-       Sí, ayer mismo supo que El Creador viajó a Francia, al parecer, está buscando nuevos hijos.
-       Ya veo, parece que ese cabrón sigue como siempre.
-       Así es.
Lusom abandonó el local, dejando a todos los vampiros clientes disfrutar de las prostitutas por las que pagaban, para poder alimentarse y saciar sus instintos sexuales. La japonesa de veinti-pocos años lo siguió hasta el coche, una vez allí él le ordenó todo lo que debía hacer con el control de la vista que posee la mayoría absoluta de todos los vampiros. Este acto lo debilitó un poco, por suerte, era de noche y su cuerpo consumía mucha menos sangre al no tener que protegerse del sol.
Arrancó el auto y volvió a casa. Ahora podría estar tranquilo, El Creador parecía haber abandonado su búsqueda durante un tiempo.

A la mañana siguiente, cuando Adam entró en Pan´s, su hermano ya lo esperaba desde hacía una hora, queriendo contarle una cosa sucedida la noche pasada.
-       Hola señora Bon – saludó a la pequeña mujer, alzando la barbilla.
-       Hola joven. – dijo ella, sacando la cartera del gran bolso.
Jack, que se encontraba al otro lado del mostrador, cogió las mondas que la señora Bon le tendía a cambio de un pan.
-       Adiós, señora Bon – le dijeron los dos hermanos al unísono.
Nada más la clienta dejó la tienda camino a su limusina donde esperaba el inmutable chofer, Jack le dijo a Adam:
-       Ya te vale, llevo más de una hora aquí, esperándote. ¿Has podido encontrar más sangre?
-       No. Ayer Laura se quedó sin reservas, pero he conseguido contactar con un tal Chispas que al parecer trafica con sangre humana.
-       ¿Crees que es lo más apropiado?
-       Es la única forma de mantenernos con fuerzas. Jack, somos jóvenes, y por ende, podemos soportar sin preocupaciones los efectos que provoca los rayos ultravioletas en la mayoría de los vampiros. Pero sabes perfectamente que sin sangre no tardaríamos en ser vulnerables, y con el tiempo iría en aumento. Lumos aún cree que nos alimentamos de la sangre del hospital. Estoy harto de él, nosotros tenemos que buscarnos la vida para poder beber directamente de un humano, mientras que él no duda en acudir a Roxán para escoger a cualquiera de sus putillas.
-       Él es quien manda, tenemos que aceptarlo, aunque no nos guste. ¿Entonces…?
-       La razón de que llegue tarde es esa, me ha costado localizar al tal Chispas, dicen que es un manitas del trapicheo de humanos hipnotizados. A las doce he quedado con él para ir a la ciudad, en los muelles. Que se te quede grabada esa hora en la cabeza, hermanito.
-       Descuida. Por cierto, Adam, quería contarte algo.
-       Que sea breve.
-       Ayer, toqué a Katherine…
-       Felicidades hermanito, te ha llevado noventa años, pero al fin has logrado tocar a una mujer. En nada, unos cien años más o menos, calculo que lograrás tener tu primer beso.
-       Muy gracioso. No me refería a eso. Al tocar a Katherine tuve una extraña sensación… - Adam miró pensativo a su hermano.
-       Fue como un destello rojo, rápido, pero eléctrico a su vez.
-       No creo que sea nada importante. Nos vemos a la noche hermanito, me llevo los encargos. – Adam salió de la tienda, con dos grandes cajas en brazos, una en cada lado, llenas de pedidos de sus clientes que le tocaba repartir montado en su coche por todo el pueblo.

***

Laura permaneció en cama casi toda la mañana, se encontraba agotada, sin fuerzas. Katherine fue la encargada de llevarle el desayuno a su cuarto. Y fue entonces cuando le entraron las dudas sobre si contarle lo que había visto la noche anterior, aquella figura negra saltar desde la ventana a la calle. Pensó que lo mejor era callarse, y evitarle quebraderos de cabeza.
Fue cuando se encontraba lavando los platos sucios que escuchó la bocina de un coche situado enfrente de casa. Cerró el grifo y se asomó por la ventana de la cocina. Jack le sonrió desde el auto al encontrarse sus miradas.
Cogió un trapo de la encimera y salió a la calle.
-       ¿Sigue apeteciéndote dar una vuelta por el pueblo? – le preguntó él.
Katherine se quedó muda.
-       ¿En serio?
-       Pues claro. ¿Subes? – Jack pasó su mano por el asiento del copiloto.
-       Eh… de acuerdo, dame unos segundos. Ahora vuelvo.
Katherine fue hasta el salón donde se encontraba Ulalia, cosiendo a mano un rasguño en un pantalón. Al entrar, su tía la miró por encima de la montura de las gafas.
-       No te preocupes, puedes irte – comentó Ulalia, sabiendo perfectamente a lo que había ido Katherine. - ¿Tienes dinero?
-       Sí.
-       Vale, pues entonces, pásatelo bien.
-       Gracias, tía. Si tienes algún problema no dudes en llamarme – le dijo Katherine, refiriéndose a Laura.
-       Vete ya, no es bueno tener a Romeo enfriándose en la calle.
Katherine cogió su teléfono móvil, la cartera y las llaves, sin la excepción de una chaqueta, porque aunque era verano, a las noches refrescaba mucho.
Volvió a salir a la calle y se montó en el coche.
-       ¿Preparada para pasártelo mejor que nunca? – le preguntó Jack, con una sonrisa burlona dibujada en los labios.



Katherine disfrutaba del maravilloso día que hacía. Sintiendo la brisa de la costa acariciándole la piel y revoloteando su cabello, montada en el porche de tapicería azul metálica que conducía Jack.
La temperatura era ideal.
-       ¿A dónde vamos? – le preguntó ella.
-       Espera un segundo, enseguida lo sabrás.
Instantes después ladeando la montaña llegaban al precipicio desde el cual se podía contemplar el mar en todo su esplendor, y a lo lejos el pueblo, diminuto.
-       ¿Te gusta la adrenalina? – le preguntó Jack.
-       No mucho… - dijo ella dubitativa, más bien angustiada.
-       Tranquila, montaremos en lo que te apetezca. Sólo venimos para disfrutar. No haremos nada que no te apetezca, ¿vale?
Katherine asintió.
El parque de atracciones brillaba con fuerza, rodeado de establecimientos con terrazas en los que poder descansar y, beber o comer algo. La gente pululaba entre las atracciones, en su mayoría niños de entre cinco y diez años.
Jack aparcó el auto junto a otros coches, a unos cien metros del parque.
-       ¿Qué te apetece hacer primero? – le preguntó él, mirando alegre las atracciones. De vez en cuando se oía algún grito de personas que montaban en la montaña rusa.
-       ¿Te parece que vayamos a tomarnos algo en la terraza de allí? – Katherine señalaba con el dedo uno de los tantos establecimientos. Jack rió encantado por el comentario.
-       Sí, por supuesto.
Se acercaron y pidieron dos Coca-Colas, y disfrutaron de ellas sentados bajo el telón, contemplando a la gente pasándoselo estupendamente.
-       ¿Puedo preguntarte algo? – le dijo Jack, tras dejar su vaso en la mesa una vez haber bebido de él.
-       ¿Pides permiso para preguntar siempre? – dijo ella, sarcástica.
Él le rió la gracia. Mostrando de nuevo su preciosa dentadura.
-       No. ¿Entones, puedo?
Y tras un asentimiento de ella, prosiguió:
-       ¿Cuál es el motivo de que hayas venido aquí a pasar el verano?
-       Verás, la historia es un poco largo.
-       Soy todo oídos.
-       De acuerdo. Hará cosa de dos años, mis padres decidieron que querían cambiar de casa. Estaban hartos de las facturas y el alto alquiler que tenían que pagar al dueño. Desde entonces, fueron ahorrando todo el dinero posible, trabajando incluso en más de un trabajo a la vez. En realidad, no fue solo el motivo del dinero por el que nos quedamos, si no también, que nuestros padres comprendían que debíamos acabar la escuela. Yo bachillerato y mi hermano primaria. En fin, que fueron buscando una casa pero como no encontraban ninguna de su agrado, decidieron mandar construir una, y a finales de septiembre estará terminada. Yo he decidido venir a pasar el verano aquí. Me parecía bien hacer algo diferente por una vez.
-       Pues espero que con lo de hoy empiece a ser diferente.
-       Seguro que lo será. – dijo ella en un suspiro, mirando de reojo a las atracciones.
-       ¿Vamos ya? – le preguntó él.
-       Cla-claro. – Asintió ella, aterrorizada.
-          ¿Cuánto es? – le preguntó Jack al que vendía los tickets.
-          Cuarenta por adulto.
-          Bien, ¿se puede pagar con tarjeta?
-          Sí.
-       No tenías por qué pagar mi parte – le comentó Katherine, mientras se adentraban en el parque, mezclándose con la gente.
-       La idea de venir aquí ha sido mía, así que, hoy me encargo yo de los costes.
-       No me parece bien. ¿Qué te parece si nos jugamos quién pagará a una partida de dar en la diana? – le preguntó ella, que había visto al tendero tendiéndole una escopeta de perdigones a un hombre al que su hija le pedía un oso rosa.
-       ¿Seguro?
-       Paga el que pierde.
-       No, porque conociéndote, seguro que pierdes aposta.
Katherine se mordió la lengua, la había pillado.
-       Paga el que gana. ¿Bien? – Jack le tendió la mano, y tras un segundo ella se la estrechó.
-       De acuerdo.
-       Dos, por favor – le dijo Katherine al tendero.
-       ¡Papá, quiero el oso, tienes que conseguirlo! – gritaba la niña rubia a su padre. Él desesperado, intentaba darle al mayor número de patos posibles pero casi siempre fallaba.
Katherine se fijó en la cantidad de puntos que había que conseguir para el gran oso rosa.
El tendero les dejó las escopetas sobre la encimera, junto con diez bolitas.
-       ¿Preparado para perder? – le dijo ella a Jack.
Apuntaron y empezaron a disparar.
Estaba claro quien había ganado tras ocho rondas. Jack le había pillado el truquillo enseguida. Y el resultado de patitos derribados era setenta y ocho a cuarenta y tres.
-       Denos el oso, por favor – le dijo él al tendero.
-       No, lo siento. Hace falta derribar más de doscientos patos para eso, y vosotros no llegáis ni a ciento cincuenta.
-       Mire… - Jack se enfadó. Se le aproximó, agarrando al tendero por el cuello de la camiseta a rayas. – Como no nos dé el maldito oso, llamaré a la policía del pueblo, que por ciento son muy amigos míos, y les contaré que estas escopetas están trucadas.
-       ¿Cómo? – preguntó atónita Katherine.
-       ¿Estamos? – le dijo él, con la mirada fija en el hombre, que sudaba a borbotones.
Él asintió, pasándose la manga de la camiseta por la frente. Agarró el peluche que se encontraba en lo alto de la exposición y se lo tendió a Jack. Éste se lo pasó a Katherine, y ella a la niña.
-       Toma, para ti.
-       ¡Gracias! – le dijo la niña, sonriente, que estrujaba el peluche con fuerza entre sus brazos.
-       ¿Qué quieres hacer ahora? – le preguntó Jack.
-       Montar en las tazas.
-       Vale.
Montaron dos veces hasta que Katherine terminó por marearse con tantas vueltas y después pasaron por la casa del terror.
Y al final, se pusieron en la cola para montar en la montaña rusa.
Para entonces, ya estaba anocheciendo, el color del agua se había vuelto naranja melocotón con el final del día. Las estrellas empezaban a brillar en lo alto junto con la luna, que en aquel momento yacía en segundo plano, translúcida. El calor había desaparecido casi por completo, y se había levantado una ligera brisa. Ya no quedaban niños ni familias, ahora el parque estaba poblado por personas adolescentes y parejas que rondaban entre los veinte y cuarenta años de edad.
Cada vez faltaba menos para montar. Llevaban allí media hora y estaban a punto de entrar, solo había un grupo de jóvenes por delante de ellos.
Katherine se movía, nerviosa.
-       Ya verás como no es nada. Te lo vas a pasar como nunca.
-       Vale, muy bien – dijo haciendo pesadas las palabras al pronunciarlas – pero si luego te vomito encima no me eches la culpa.
Jack rió.
-       No veas qué gracia me hace. – añadió, enfurruñada.
Ya les tocaba. El hombre les abrió la verja, y pudieron pasar.
-       ¿En qué vagón prefieres ir? – le preguntó Jack. – Si vas a vomitar, me parece que el mejor es el último, así no le darás a nadie. – Bromeó.
-       No lo sé, la verdad. El primero no, porque de ese modo lo veré todo. Sí, mejor nos montamos en el último.
Caminaron unos metros y así lo hicieron.
Después de que todo el mundo entrara y se montara, el hombre de los tickets le dio a un botón que hizo que las barras metálicas se bajaran hasta el nivel del tórax.
-       Al menos parece seguro – dijo Katherine, mirando la barra metálica y el cinturón que rodeaba su cintura.
De repente, los vagones que se unían formando una especie de dragón chino, hizo un ruido al deslizarse unos centímetros hacia atrás en la vía.
Como en un auto reflejo, Katherine se agarró a la barra metálica.
Y el dragón volvió a moverse, poniéndose en marcha.
-       No va a ser nada, ya verás. Cuando haya acabado, ni te habrás enterado. – le dijo Jack.

***

Laura se levantó para ir al cuarto de baño. Acababa de cenar un buen plato de sopa y un vaso de agua. Dejó la bandeja en la cama.
Al volver de nuevo a la habitación, y después de apagar la luz tras que su madre se lo ordenara, se encargó de cerrar la puerta con pestillo. No sabía por qué lo hacía. Simplemente algo en su interior se lo decía. Miró instintivamente la ventana, y entonces suspiró, al ver que estaba cerrada. Caminó hasta su cama, y se metió en ella, dejando la bandeja con el plato y el vaso vacíos en el escritorio de madera.
De pronto, sintió una pequeña brisa. Y se giró en redondo. Las sábanas la estrujaron parcialmente.
-       ¿Te encuentras bien? – le preguntó Adam, que la miraba con ojos de animal. Pero como con una mueca de preocupación dibujada en el rostro.
-       ¿¡Co-cómo has entrado!? – preguntó ella, enderezándose en la cama.
-       La puerta estaba abierta – contestó él, con facilidad, casi como si fuera verdad.
-       ¡No, la puerta estaba cerrada, yo me he encargado de que así fuera! – gritó Laura, furiosa y confundida.
-       Pues te habrás equivocado, cariño, si no, de lo contario – Adam de repente apareció sentado en la cama a los pies de ella. Se había deslizado hasta allí sin ningún esfuerzo, ni un solo pelo de su precioso cabello se movió un centímetro. En ningún momento dejó de hablar. – No podría haber entrado, ¿no crees? – Se encargó de que esto último lo dijera mirándola fijamente a los ojos. De modo que para ella fuese como un pensamiento suyo propio, infundado por su mente. Ingenua al control visual del vampiro.
Y como debía ser, asintió con la cabeza.
-       Así me gusta – Adam alargó su brazo, hasta lograr tocarle el rostro con la mano, deslizó sus dedos índice y corazón por él, con suavidad y sentimiento.
Pero sin esperarlo, Laura se apartó, como si la mano de Adam estuviera fría como el hielo. Una punzada de dolor chispeó en sus ojos.
-       ¿Qué te sucede, cariño, no me tendrás miedo, verdad? – le dijo él, como si ella fuera una niña estúpida que no tuviera dos dedos de frente.
Laura negó con la cabeza, muda.
-       Bien. Dime… - le agarró con una mano la barbilla, obligándola a mirarle a los ojos. - ¿Te acuerdas de algo de lo sucedido ayer? – preguntó.
-       Sí, ayer fui con mi madre y con Katherine a la barbacoa que organizasteis en vuestra casa. Me preparé para ti, porque me gustas.
-       Eso ya lo sé, no hace falta que me lo digas. Yo me refiero… - Adam la miró fijamente a los ojos, dejando que el control mental fuera mayor. – A lo sucedido en el bosque.
-       Sí, me llevaste  y empezamos a coquetear, y de repente… - la mente de Laura descubrió algo que la aterrorizó, su cuerpo comenzó a temblar, salió de la cama y gritó el nombre de su madre.
Pero antes de que pudiera pronunciarlo entero, Adam la agarró con una mano por el antebrazo, y con la otra la silenció. La miró profundamente a los ojos, y empezó a decir:
-       No recuerdas nada de lo sucedido ayer, sufriste un desmayo en el bosque por no haberte alimentado bien durante las últimas dos semanas, entonces llegó Katherine y yo te llevé en brazos y te traje a casa. Yo no entré ayer en tu habitación por la ventana, y hoy no he estado aquí…
Ulalia subió por las escaleras, y ya estaba en el pasillo, llamando a su hija, preocupada por si le había pasado algo.
-       Laura, cariño ¿qué te pasa? – preguntaba, esperando la respuesta de su hija.
-       Ahora, de este momento tampoco te acordarás, has ido al baño y al ver que la ventana estaba abierta has ido a cerrarla pero no podías, entonces, llegará tu madre y le pedirás ayuda para cerrarla. Yo no habré estado aquí en ningún momento. ¿Entendido? – tras el asentimiento de Laura, Adam desapareció saltando por la ventana al jardín.
Justo un segundo después, Ulalia llamó a la puerta, exaltada. Y Laura fue a quitar el pestillo.
-       ¿Qué te ocurre, cariño? – le preguntó a su hija.
-       Mamá, me ayudas a cerrar la ventana, es que no puedo.
-       ¿Era eso?
-       Sí. – asintió ella.
Entonces, Ulalia se acercó a la ventana y la cerró sin problemas.
-       Pero si no le pasa nada, ¿estás bien, cariño? – le preguntó, mirándole a los ojos.
-       No mamá, me encuentro rara. ¿Podrías traerme más sopa, por favor?
-       Claro que sí.
Ulalia bajó a la cocina, tras encargase de que su hija se metiera de nuevo en la cama.
-       Tienes que descansar, cariño. – le dijo su madre al salir de la estancia.

***

Katherine no se había dado cuenta, pero en la bajada de la primera pendiente, se había aferrado al brazo de Jack. Sintió la gravedad comprimiéndole el estómago. Y gritó hasta quedar satisfecha.
A continuación, con el contacto de sus manos,  Katherine volvió a vislumbrar el rayo rojo surcar su mente. De forma veloz y utópico.
Cuando la atracción acabó, quiso salir de allí cuanto antes, caminó en eses unos metros, mareada. Jack la agarró, impidiendo que se cayera en más de una ocasión.
-       ¿Ves como no era para tanto? – le dijo.
-       ¿Qué no era para tanto?
Jack la arrastró hasta la terraza en la que habían estado antes, y pidió un vaso de agua para ella.
-       ¿Ya estás mejor? – le preguntó.
-       Sí, pero por favor, la próxima vez que vengamos, evitemos en la medida de lo posible montar en la montaña rusa.
-       Claro. Como tú quieras. – dijo esbozando una amplia sonrisa.
-       Bueno, al menos uno de los dos se divierte – comentó ella.
Y Jack rió.

***

El hombre vestido con un traje negro descolgó el teléfono móvil para contestar la llamada.
-       ¿Cómo va todo? – le preguntó una voz grave desde el otro lado de la línea.
-       Bien, lo he encontrado. Sí, está aquí. Sí, Adam también está. No, no he visto a Lusom, señor.
-       Bien, me has alegrado el día, Lax. Tendrás tu recompensa por esto. Pero debo pedirte que te quedes en el pueblo para vigilarlos durante un tiempo más.
-       Sí, señor. Pero tengo más información. Jack anda con una joven, señor, huele de forma especial…
-       ¿Quieres decir…?
-       Sí, señor.
-       Bien, ahora más que nunca deberás tenerme informado, envíame imágenes y todo lo que puedas sobre ellos, vigílalos, y evita que te descubran, confío en ti. No me falles.
La conexión se cortó. Entonces, Lax cerró el móvil y lo guardó en el bolsillo de su pantalón, se quedó allí contemplando a Jack y a Katherine, que ahora habían dejado la terraza y volvían al coche.

***

No dijeron nada. Mantuvieron el silencio hasta llegar a casa de Ulalia. Jack le abrió la puerta a Katherine, y ella bajó del coche.
-       No tenías por qué hacerlo.
-       No es molestia.
Caminaron hasta el porche, y entonces se miraron en silencio.
-       Me ha encantado. Tengo que darte las gracias, por qué hasta hoy, todo había sido aburrido. – se confesó ella.
-       No hay de qué. Ha sido todo un placer. La próxima vez te preguntaré cual destino es de tu agrado…
-       No hace falta, prefiero que me sorprendan.
Entonces, Jack se acercó un paso. De modo que sus rostros quedaron a unos escasos diez centímetros de distancia el uno del otro.
Y le besó.
Fue un beso corto, pero intenso. Inesperado y especial. Katherine cerró los ojos, hasta notar como sus labios se volvían a separar.
-       Buenas noches. – le dijo Jack, que bajaba ya por las escaleras, camino al coche.
-       Igualmente – contestó ella, sacó con manos temblorosas las llaves de su pantalón, y abrió la puerta. Al entrar en casa, se apoyó en la puerta, y suspiró largo y tendido. Escuchó el rugir del motor al arrancar, y a continuación alejarse hacia el centro el pueblo.

Capítulo. 4

Condenados

El timbre sonó. Y antes de que pasara un segundo Lusom ya se encontraba abriendo la puerta. Era de noche y por lo tanto, sus instintos se habían multiplicado por mil. Las pupilas se le habían dilatado porque acababa de hincarle el diente a la mujer de la vida. Aún con la sangre mojándole los labios, saludó a Roxán, que esperaba ante su puerta.
-       ¿A qué se debe este placer? – le preguntó él, lamiendo los restos de la sangre. Sintió el sabor metálico en su boca.
-       Vengo a cobrar tu deuda – le contestó ella, con voz seductora. - ¿Me dejas pasar?
-       Adelante… - Lusom se apartó hacia un lado para dejarle espacio.
Un vampiro no tenía por qué pedir permiso para adentrarse en casa de otro de su especie, pero en este caso, el verdadero propietario de la casa no era Lusom, sino un viejo que no tenía familia en el mundo y al que había matado hacía tiempo. La única forma en que un vampiro puede ser el propietario de una casa que pertenece a un ser humano es que éste le dé su permiso antes de morir, y que por supuesto no tenga ningún tipo de descendencia.
-       Ya que no puedes pagarme con dinero, tendrás que hacerlo de otro modo… - le dijo Roxán en voz baja. – No hay nadie en casa ¿me equivoco? – deslizó su dedo índice por los labios encharcados de sangre de Lusom. Y a continuación se lo llevó a la boca. Gimió de placer. - ¿Podrás dedicarme un poco de tu tiempo, verdad? -  le dijo con voz melosa e infantil.
-       Por supuesto. – siseó él. – Ven, que vamos a ser tres. – la agarró por la mano y la llevó hasta su cuarto.
Sobre la cama descansaba la mujer japonesa, medio muerta, somnolienta, y con un río de sangre surcando sus pechos.
-       ¿Qué te parece? – le preguntó Lusom. Que se había sentado en la cama, acariciándole el rostro a la mujer de la vida.
Los colmillos de Roxán florecieron bajo sus labios superiores, y se lanzó sobre la mujer.
La sangre corría por todas partes, manchándoles, después se besaban en aquel torbellino de lujuria, mientras se desnudaban.
Lusom notó el débil pulso de la mujer y se mordió la muñeca para poder darle un poco de sangre, y así, hacer que recuperara las fuerzas perdidas.

***

Jack se había olvidado de que tenía que ir a los muelles a las doce de la noche. Alcanzó los muelles a y cinco pasadas. Adam no lo recibió muy amistoso.
-       Te había dicho que llegaras puntual.
-       Lo siento, estaba con Katherine. ¿Sabes, no es tan fácil ganarse a una tía?
Adam lo miró fijamente.
-       Hermano, somos vampiros, con que la mires a los ojos y le laves el cerebro ya está conseguido. Te estás complicado la vida a lo tonto. Así que no uses esa escusa barata conmigo.
-       No es una excusa barata. No me gusta controlar a las personas, me hace sentir mal. Y además, ¿Qué más te da que haya llegado tarde si tu contacto aún no ha aparecido?
Justo entonces, una figura atravesó todo el paseo marítimo a la velocidad del rayo hasta alcanzarlos.
-       Soy Chispas ¿vosotros?
-       Adam, y éste es mi hermano, Jack.
-       ¿Contraseña? – preguntó el hombre que llevaba una gorra roja sobre la cabeza. La sombra de ésta ocultaba sus rostros. Solo llegaban a verle el labio, y el brillo de los ojos.
-       T.S – dijo Adam automáticamente.
-       Bien. Seguidme. – asintió el hombre. El Chispas era más pequeño que los dos hermanos, y menos corpulento, aun así, un aura a su alrededor lo hacía el vampiro más peligroso de los alrededores, seguramente de toda la ciudad.
Se adentraron en un sinfín de callejuelas formadas por decenas de fábricas. Algunas en funcionamiento, otras ya abandonadas. Enseguida llegaron a una puerta custodiada por un hombre alto y corpulento, trajeado, de cabello corto y negro y con unas gafas oscuras ocultando dos preciosos ojos azules.
El Chispas le dijo algo en voz baja y él les abrió la puerta, sin inmutarse.
-       Parece una estatua, vaya gigante – comentó Adam, bromeando.
-       ¿Qué es exactamente lo que queréis? – les preguntó el Chispas, al detenerse en medio de una estancia poco iluminada, chasqueó los dedos y las luces comenzaron a encenderse. Dejando ver una estancia vacía con siete sofás esparcidos por ella sin ningún procedimiento estético. Cuatro portones esperaban a ambos lados, dos a la derecha y otros dos a la izquierda.
-       Sangre para llevar. Lo suficiente para nosotros dos durante el período de una semana.
-       De acuerdo. ¿Te han comunicado la forma de pago? – le dijo el Chispas, acariciándose la barbilla suavemente.
-       Sí. Sangre de vampiro.
-       Pues entonces, es un vampiro al mes. Si es que vuestro pedido será siempre el mismo.
-       Así es.
-       ¿Dónde está vuestro vampiro?
-       En el maletero. ¿Puedo ir a por él? – contestó Adam.
-       Claro. Tú – El Chispas apuntó a Jack. – Vente conmigo, tienes que decirme qué tipo de sangre queréis.
Adam desapareció de la estancia. De mientras, Jack siguió al vampiro, atravesaron uno de los portones y bajaron seis escalones hasta tocar suelo.
El Chispas alargó el brazo, hasta pulsar un interruptor situado en la pared. Tres débiles bombillas se encendieron, tintineantes, alumbrando cuatro jaulas en las que había dos chicos  y dos chicas. Estaban allí obligados. Jack lo sintió en sus miradas. Sí. Les habían lavado el cerebro, pero hasta el extremo, tanto que seguramente si les hubiera preguntado por sus identidades no sabrían qué contestarle.
Adam volvió a aparecer, con un vampiro a rastras.
Jack no sabía quién era.
El Chispas se volteó para examinarlo.
Adam le había puesto plata encima al vampiro para que no pudiera moverse ni protestar. Con unas esposas para las manos, un collar para el cuello y una cadena para los pies era suficiente.
-       Bien. Déjalo aquí. Puedes soltarlo, ya lo cogeremos nosotros después.
Adam le soltó la camiseta y el vampiro cayó al suelo como peso muerto, y gimiendo al caer. - ¿Qué tipo de sangre queréis?
-       A positivo – dijo Adam.
-       Cero Negativo – añadió Jack.
-       Tal y como esperaba. Os llevaréis veinte bolsas. ¿O queréis las ochenta que vale el vampiro?
-       No, ésta semana nos llevaremos veinte. Ya vendremos la próxima a por más.
Entonces, un vampiro trajeado, muy parecido al que custodiaba la entrada se aproximó con un maletín en las manos.
-       Aquí tenéis – dijo el Chispas – no dudéis en volver a por más. Pero sed discretos, ha llegado a mis oídos que los vampiros de arriba se empiezan a mosquear, cualquier día nos cierran el chiringuito.

***

Eran casi las doce de la noche cuando Katherine llegó a casa. Subió hasta su cuarto, aun sintiendo el beso que le había dado Jack.
Se tiró en la cama, descalzándose, y miró la ventana. La noche era fría, pero se sintió atraída. La abrió, y dejó que la brisa le acariciara la cara. Entonces, su teléfono vibró.
Era su hermano.
-       Hola Katherine. ¿Qué tal va todo?
-       Bien, muy bien.
-       Mamá lleva todo el día dándome la chapa con que no llamabas, quiere saber cómo te encuentras. Supone que te lo estás pasando muy bien.
-       Sí. Hoy ha sido un buen día. Aunque ayer también estuvo bien.
-       ¿Cómo es el pueblo?
-       Un poco aburrido, tampoco me hagas mucho caso. No he podido salir mucho.
-       ¿¡Se puede saber por qué no has llamado, señorita!? – Flor le había quitado el teléfono a su hijo.
-       Lo siento mamá. Es que aquí se me va el tiempo volando, lo he pensado esta mañana pero se me había acabado la batería del teléfono, y con la pereza…
-       ¿Y qué tal todo?
Entonces, escuchó la voz de su hermano, contestándole a su madre.
-       Está bien. Déjala en paz.
-       Tú tienes que empezar a estudiar – le dijo su madre a Pablo.
-       Mamá, tengo que dormir, estoy agotada. Te llamaré mañana nada más me despierte, ¿vale?
-       Muy bien, hija, eso espero, descansa. Adiós cariño.
-       Adiós mama, y a ti también Pablo.
Colgó. Y suspiró, estaba agotada.
Dejó el teléfono móvil sobre el escritorio y fue a cerrar la ventana. Pero se topó con una sorpresita. Un gatito de unos cinco meses la miraba desde el alféizar. Con ojos llorosos aunque alegres.
Katherine se le acercó con intención de acariciarlo. Pero el gatito saltó hasta el árbol y descendió de éste con gran habilidad hasta alcanzar el suelo.

***

Adam y Jack llegaron hacia las dos y media de la madrugada a casa. Lusom los saludó desde la cocina, aparentemente alegre. Y justo cuando creían que podían alcanzar el sótano donde esperaban esconder el maletín con la sangre, Lusom se interpuso en el camino, enfrente de la puerta desgastada y arañada.
-       ¿Qué tenéis ahí dentro? – les preguntó.
-       Nada. – contestó Jack, que era el que llevaba el maletín negro.
-       ¿Nada? Pues huele muy raro.
El maletín estaba rociado con un aroma a pino y humedad para que otros vampiros no lo llegaran a olerlo, eso les había contado el Chispas.
Lusom se hizo con el maletín de un rápido movimiento, antes de que ninguno de los otros dos pudiera inmutarse. Y lo abrió.
-       ¡Sangre! ¡Qué os dije sobre esto!
-       Mira, sólo es un poco, lo que necesitamos para sobrevivir.
-       Sí, pero os dije que os limitarais a alimentaros de la sangre de los donantes. La que guardan en el hospital.
-       Y lo hemos hecho, pero ya se empezaba a notar. – respondió Adam.
-       ¿Podemos tomar esta sangre? – preguntó Jack.
-       ¿De dónde la habéis conseguido?
-       Es de un vampiro de la ciudad que la vende a buen precio. – se apresuró a decir Adam.
-       Bien, eso espero.

***

A la mañana siguiente, Laura se despertó temprano. Nada más salir de la cama se puso encima la bata que su madre le había regalado por reyes aquella última navidad. Se trataba de una bata azul con ositos estampados en ella. Cuando la vio por primera vez le dieron ganas de vomitar, pero ahora, después de estar muchas horas en cama, y sin saber muy bien por qué, había cambiado de opinión. La bata no le desagradaba, incluso le gustaba. Instintivamente se asomó a la ventana para mirar por ella. Y se sorprendió al descubrir a su prima Katherine que había sacado la mesa de madera que había permanecido todo el último año en el garaje al jardín, junto con tres sillas. Javier salía en aquel momento por la puerta, y vio a su prima despedirse de él. Preguntándole a su vez qué era lo que debía hacer.
-       Hoy voy a negociar con unos hombres. – le oyó decir a Javier, mientras se montaba en su coche y arrancaba el motor.
Unos segundos después el auto se perdió en la distancia.
Desde la ventana del cuarto de Laura todo se veía mejor. El mar brillaba con intensidad bajo un sol poniente de color naranja rosado.
El frío comenzaba a escaparse por las montañas de los alrededores, y la temperatura ya parecía más propia de la estación.
Su aliento formó una mancha de vaho en el cristal que enseguida se extinguió.
Laura hoy se encontraba rara, bajó por las escaleras, impulsada por una sensación de vacío que nunca había sentido. Dio la vuelta a la casa hasta alcanzar a su prima.
Katherine se volvió al oír unos pasos acercarse hacia ella.
-       ¿Te sucede algo? – le preguntó ella, empezándose a preocupar.
Laura no le contestó, se abalanzó sobre ella y la abrazó fuertemente.
Katherine sintió las lágrimas de su prima caer sobre su camiseta.
Estuvieron un buen rato así.
-       ¿Qué te ocurre? – volvió a preguntar Katherine.
Laura se apartó, dejándola respirar mientras se secaba las lágrimas con el dorso de sus manos.
-       Nada – le dijo al fin. – Sólo es que… últimamente he estado comportándome de otra forma. Me sentía rara. Necesitaba darle un abrazo a alguien. Javier se ha ido y a mi madre no le doy uno para que no se haga ilusiones. Así que tú eras la única que quedaba. – se confesó.
-       Me impresionas, prima. Pero oye… ¿y Adam? Se nota que te gusta mucho.
Laura sintió una punzada horrorosa de terror, su corazón comenzó a bombear la sangre por su cuerpo con mucha más intensidad.
Laura recobró la compostura.
-       Adam… bueno, creo que no es mi tipo. Además no le gusto. Voy a dejar de insistirle.
Katherine no reconocía a su prima. Cogió la taza de café que se había hecho y le pegó un sorbo.
-       Tengo hambre, voy a desayunar – le dijo Laura, y se fue camino a casa.
Katherine disfrutó de las vistas durante un tiempo más. Y cuando ya empezaba a aburrirse, volvió a entrar.
La noche anterior Katherine le había pedido permiso a Ulalia para poder trasladar los aparatos innecesarios que había en la buhardilla al sótano. Su tía no le puso ningún inconveniente, de hecho se ofreció para ayudarla en la tarea. Antes de que Katherine llegara hacía unos días, Ulalia se había pasado todo un sábado bajando cosas que creía no le iban a servir.
La buhardilla en la que ahora vivía Katherine era la habitación más grande de la casa. Pues aunque los techos eran bajos, el espacio era increíble, y más para ella que hasta ese momento había vivido en una habitación de unos nueve metros cuadrados.
Ya había bajado unos cuantos trastos cuando le sonó el teléfono móvil. Se había olvidado de llamar a su madre.
-       ¿No se suponía…?
-       Ya lo sé, debía llamarte, lo siento, se me ha olvidado – la interrumpió ella. – He estado muy ocupada.
-       ¿Haciendo qué? – quiso saber su madre.
-       Pues ordenando mi nueva habitación. Por cierto mamá, se me olvidó la cartera en una de las maletas del traslado.
-       ¿Necesitas dinero?
-       Sí, si pudieras enviarme un poco…
-       Katherine, hija, no va a poder ser. De hecho nos hace falta, al parecer ha habido unos robos con los materiales de la obra, y tenemos que poner más dinero.
-       ¿Y no se encarga la empresa de ese tipo de cosas?
-       No, es lo negativo de contratar a una mano de obra barata.
-       Vale, pues tendré que ponerme a trabajar.
-       ¿Seguro? ¿No tienes nada?
-       Nada de nada. Me di cuenta ayer en el parque de atracciones, sólo me queda un billete de veinte euros.
-       Está bien. Pero si no encuentras un trabajo, dímelo y ya intentaré yo enviarte algo.
-       Gracias mamá.
-       ¿Ayer fuiste al parque de atracciones?
-       Sí. Me llevó un amigo.
-       ¿Un amigo, ya has hecho amigos? ¿Qué tipo de amigo es?
-       Mamá, detente, no es mi novio, si es eso lo que quieres saber. Somos amigos, anteayer le conté que estaba aburrida y tuvo el detalle de venir a buscarme al día siguiente para llevarme al parque de atracciones.
-       Muy majo ese amigo tuyo – comentó Flor con un tono de –le tengo calado-.
-       Por favor, mamá, no sigas.
-       De acuerdo. ¿Has hecho algún amigo más?
-       No – mintió. Espera ¿era una mentira? Había visto a Adam pero no era amigo suyo, al menos de momento. No era una mentira.
-       ¿Seguro…?
-       Seguro – afirmar aquello le dolió profundamente. Katherine nunca había sido de tener muchas amistades. En realidad, en toda su vida sólo había tenido una amiga. Y estaba muerta.
Tres años atrás, su amiga Claudia era la única que sabía de sus “poderes”, por llamarlos de alguna forma. Ellas eran amigas desde preescolar, y nunca se habían separado.
Un día, Katherine tocó a su amiga, con ella ya había aprendido a controlar sus dones, pero justo aquel día, vio una imagen que la aterró. Vio cómo su amiga se ahogaba en el río. Su primer impulso tras aquello fue querer decírselo, pero, ¿le iba a creer? Era una estupidez, no podía ser verdad.
Más tarde, esa tarde, Claudia apareció en casa de Katherine, sonriente, el cielo brillaba con intensidad, translúcido, sin ninguna nube a la vista.
-       ¿Te animas a ir al río? – le preguntó su amiga.
Ella lo dudó, ¿y si sucedía aquello que había visto, y que le daba pavor sólo recordarlo?
Al principio se negó, pero entonces su amiga le dijo:
-       Sólo vengo a avisarte, me voy a ir al río con o sin ti.
Al menos, si estoy yo allí, puede que no pase- pensó. Era mejor aceptar su invitación y rezar para que no sucediera nada.
Pero se equivocó.
Llevaban un buen rato en el río, Katherine le había insistido a su amiga en que no se bañaran. Pero ella no le hizo ningún caso. Entró de lleno y en medio de un juego, Claudia debió tropezar con alguna piedra yacente en el fondo del río, y gritó de dolor.
-       ¡Katherine, Katherine, ayúdame!
Katherine se adentró en las aguas y nadó hasta ella. Pero justo en ese momento, y sin que ellas se hubieran dado cuenta, durante las horas anteriores el cielo se había oscurecido, hasta volverse negro grisáceo. Y un chaparrón las atrapó.
La corriente era más fuerte, y el nivel del río iba en aumento.
Para cuando Katherine alcanzó a su amiga, las aguas turbias ya se la llevaban a arrastras.
Nunca olvidaría aquel pasaje en su vida.
-       ¿Te encuentras bien? – le preguntó su madre.
Katherine escapó de los recuerdos, y contestó.
-       Sí, mamá, estoy ocupada.
-       Vale, sólo espero que llames más a menudo.
-       Bien, Adiós.


Al acabar con sus quehaceres, Katherine pensó cómo podía conseguir un poco de dinero.
Jack, le vino a la cabeza. Se suponía que su familia trabajaba en una panadería o algo así. Podía ir a su casa y preguntarle a Lusom si la contrataba. Necesitaba dinero.
Se terminó de arreglar adulándose un poco el pelo, y pintándose la sombra de ojos. Le preguntó a Ulalia por el horario de los autobuses, pues a cien metros de la casa había una parada.
-       El autobús pasa cada treinta minutos más o menos – le contestó, sentada en una silla, cosiendo algo.
-       Gracias.
Cogió su cartera y esperó a que llegara el autobús.
En menos de diez minutos había llegado a la parada más cercana a la casa de Jack.
Una vez allí tocó el timbre.
Fue Lusom quien la recibió.
-       Hola Katherine, ¿a qué se debe este honor? – Katherine se preguntó si se estaba burlando de ella. Descartó la idea, al recordar que Lusom siempre hablaba con ese tono.
-       Quería pedirte un favor.
-       ¿Qué tipo de favor?
-       Verás, me he quedado sin dinero…
-       ¿Quieres que te preste un poco…? – se adelantó él.
-       No, me gustaría trabajar en tu panadería.
-       Ya, bueno, vale. Pero no puedo pagarte mucho.
-       Me da igual, con que sea lo suficiente para permitirme unos caprichitos.
-       Serían, ¿tres días a la semana, te parece?
-       Sí perfecto. ¿Cuántas horas?
-       Unas cinco al día.
-       Bien.
-       ¿Cuándo quieres empezar?
-       Ahora mismo. – se apresuró ella. Lusom se sorprendió al oír su respuesta.
-       De acuerdo. Jack se encuentra ahora en la tienda, espera que te apunto la dirección en un papel.
Katherine volvió a esperar al autobús y bajó cuatro paradas después.
Tardó un poco en encontrar la calle, pero al fin logró llegar.
-       ¿Qué haces tú por aquí? – le preguntó una voz masculina a su espalda.
Se giró.
Adam cargaba unos paquetes en la furgoneta blanca que usaba para repartir los pedidos que estaban más lejos.
-       Vengo a trabajar. – le respondió ella. Y entró en la estancia. Unos tubitos metálicos sonaron y anunciaron su llegada.
-       Hola – le saludó Jack.
-       Lusom me ha dicho que puedo trabajar aquí con vosotros, es que necesito dinero.
-       Ya me ha llamado. – dijo Jack, sonriente. - ¿Quieres que te enseñe como va todo esto?
-       Sí, claro.
Adam entró por la puerta.
-       Ya veo que soy el último mono en enterarme de todo.
-       Lo siento. Pero como estabas ocupado cargando los paquetes no he querido molestarte.
-       Ya. Me voy.
Katherine vio la silueta de Adam montar en el coche, y acto seguido, perderse entre otros autos.
Jack se pasó toda la tarde hasta entrada la noche en ayudarla en todas las tareas. Si no mejoraba tendría que darle parte de su sueldo a él.
Al acabar la jornada. Jack se encargó de recoger todo, hacer las cuentas y limpiar.
-       Te llevo a casa. – le dijo, mientras salían a la calle y le daba la vuelta al cartel que ahora diría –Cerrado- en vez de –Abierto-.
-       Gracias, pero…
-       No acepto un no por respuesta.
Montaron en el coche, y recorrieron el camino hasta casa sintiendo el frío de la noche clavándose en su piel.
-       ¿Vendrás mañana? – le preguntó Jack, mientras Katherine subía las escaleras del porche, y buscaba la llave indicada para abrir la puerta de casa.
-       Sí. – le dijo ella.
Agradeció el calor que hacía dentro de casa.
-       ¿Dónde has estado? – quiso saber Ulalia, que hacía la cena en ese momento.
-       Me he buscado un trabajo, mi madre no puede enviarme dinero…
-       Haberme dicho algo, yo puedo dejarte un poco – le dijo ella.
-       No, gracias, prefiero ganarme mi sueldo.
-       Está bien.
-       Me voy a la ducha. – anunció.
-       La cena estará en media hora.
La sopa preparada por su tía le sentó de maravilla, y el baño que se había dado aún más. Estaba completamente relajada, la cama la llamaba y no dudó ni un segundo en acostarse.
Aquella noche se durmió enseguida.
Sin embargo, un par de horas después, su mente, aunque en proceso de descanso, adormecida, ordenó que se levantara de la cama.
No era eso, se trataba de una voz que le hablaba. Una voz masculina y misteriosa. Cómo si la tuviera en su cabeza.
Katherine no era consciente de lo que estaba haciendo porque estaba completamente dormida. Salió de casa, descalza. Cruzó la calle, consiguiendo que un coche casi la atropellara. Y se adentró en la maleza, hasta alcanzar la espesura del bosque. Las hojas caídas y marrones crujían bajo sus pies.
Anduvo y anduvo, tanto que ya no escuchaba el sonido de los coches. Entonces, se tropezó con algo. Y su cuerpo cayó al suelo, como peso muerto. La voz desapareció, y ella recobró la consciencia.
Miró a su alrededor, aturdida, no sabía dónde estaba, y tenía el cuerpo congelado a causa del frío.
Miró su pijama corto de seda y color blanco, y entonces, gritó.
Se arrastró por el suelo, moviéndose, histérica.
Una mano sobresalía de la tierra. La mano de una persona. No supo qué hacer.

***

Dos horas antes.
Jack acababa de dejar a Katherine en su casa, y se había dirigido a la suya. Cuando llegó, se encontró un panorama desolador. Había sangre en las paredes, muebles tirados, objetos rotos. Siguió una señal de gotas de sangre que lo condujeron al salón. Adam estaba sentado en el sofá, y a sus pies, Lusom muerto.
Sus pupilas se expandieron hasta más no poder.
-       ¿Qué ha pasado? – preguntó.
-       No lo sé, acabo de llegar. Y mira con qué me he encontrado.
-       ¿Lo has matado tú?
-       Jack, por favor, le tenía mucho asco, pero no tengo la suficiente fuerza como para haberle hecho frente. Me lleva ochenta años. Me llevaba. – se corrigió.
-       ¿Entonces…?
-       Ha tenido que ser alguien muy viejo. No hay huellas ni nada. Además sea quien sea quien lo ha matado, se ha encargado de que no lo atrapáramos. Es alguien con experiencia en este tipo de cosas.
-       ¿Y qué hacemos con el cuerpo? – preguntó Jack, mirando el ensangrentado cuerpo de Lusom.
-       Mira, a ojos de los humanos era nuestro padre, y se supone que deberíamos hacer un funeral, pero, siendo sincero. ¿Cómo podemos explicar lo sucedido aquí? Yo creo que lo mejor es enterrarlo en alguna parte y decir que se ha ido de vacaciones o algo.
-       ¿De vacaciones? ¿Quién crees que se va a creer eso? Además, cuando la gente vea que no vuelve, harán preguntas.
-       Mira, es lo único que se me ocurre, si tú tienes alguna idea mejor, dila.
-       No.
-       Pues ya está. Yo me encargo del cuerpo.
-       Entiérralo en algún sitio lejano, para que nadie pueda encontrarlo.
-       Descuida. – le dijo Adam, que cargaba justo en aquel momento con el cuerpo en hombros y desaparecía de la estancia a la velocidad del rayo, no antes sin coger una pala de su coche.

Capítulo. 5

Vuelta a la realidad

Nunca hubiera sabido qué hacer en aquella situación de la que esperaba escapar frenéticamente. Un silbido llegó a sus oídos, y las ramas de los árboles más cercanos se balancearon con suavidad.
<<Calma, debes mantener la calma – le dijo una voz que le sonaba parcialmente. Katherine sintió cómo una energía mística pasaba a su espalda, y de repente una mancha de humo que apareció como por arte de magia, formó una figura que le era más que familiar. – Hola, cuánto tiempo. – la saludó sonriente una chica de dieciséis años.
Katherine se quedó petrificada ante su presencia.
-       ¿Claudia? – logró pronunciar con la boca seca. Carraspeó, sin apartar en ningún momento la mirada de la que fuera su mejor amiga de la infancia y gran parte de la juventud.
-       Sé que no parece el mejor momento para haber aparecido tanto tiempo después, pero siempre hay una primera vez ¿no? – Su sonrisa no desapareció.
A Katherine le entraron ganas de llorar.
-       ¿Puedo abrazarte? – le preguntó.
-       No sé, eres tú, tal vez puedas. – bromeó ella. Aunque su amiga no lo entendió del todo.
Katherine se le aproximó e intentó tocarle, pero no puedo, su mano atravesó la figura transparente de su amiga.
Claudia llevaba la misma ropa que aquel día en que murió trágicamente ahogada en el río.
-       Ya habrá tiempo para preguntas y respuestas – se adelantó ella, como si le hubiera leído el pensamiento. – Tienes que llamar a la policía, ellos se ocuparán del cuerpo.
Katherine reparó de nuevo en la mano que sobresalía de las entrañas de la tierra.
-       Pero no tengo el teléfono móvil aquí.
-       Entonces deberás ir a casa y avisar a alguien. – respondió Claudia con sencillez.

***

Alguien llamó a la puerta, Jack fue a abrir. Contemplando a su paso los muebles derribados y la sangre derramada por todas partes.
-       ¿Se puede saber qué es esto? – preguntó Roxán, que enseñaba su teléfono.
-       ¿Qué pasa? – preguntó Jack.
-       Lusom me ha enviado un mensaje hace unas horas. ¿Se puede saber qué tipo de broma es ésta? – volvió a preguntar.
-       No sé a qué te refieres. – se confesó él.
-       ¿Dónde está? Quiero verle.
-       Verás, Roxán… - Jack no sabía cómo contarle lo que había sucedido allí.
La mujer de cabello rojo fuego barrió la estancia, viendo la situación. Estaba todo destruido como si hubiera pasado un tornado.
-       ¿Qué ha pasado? – preguntó, irritada.
-       Ay, por dios… - dijo Adam en un suspiro, mientras se acercaba bajando las escaleras. – Está muerto. ¿Vale? ¡Cállate ya!
-       ¿Qué? – dijo ella sin comprender.
-       Que lo han matado, está muerto, criando malvas. ¿Lo entiendes ahora? – repitió él, exasperado.
-       Adam, por favor – Jack lo echó a un lado, para poder captar absolutamente toda la atención de Roxán, que palidecía por momentos.
-       ¿Es verdad? ¿Lo han matado?
-       Sí – asintió Jack. – Adam lo ha encontrado tirado en el suelo del salón, desangrándose. Al poco he llegado yo, llevaba rato muerto. ¿Qué era eso por lo que venías? – quiso saber él.
-       M-me ha llegado un mensaje suyo, fechado hace unas tres horas. Toma – Roxán le tendió el teléfono móvil. Y él leyó:
<<No estamos seguros. Roxán, creo que me siguen. Por favor, díselo a Adam y a Jack. Tened cuidado. Es probable que él haya vuelto.>>
-       Este mensaje lo debió enviar antes de que llegara a casa y lo mataran. – apuntó Jack.
-       Muy observador. – comentó Adam, con ese tono irónico que acompañaba a casi todas las cosas que decía.
-       ¿Dónde está? Quiero verlo.
-       Lo he enterrado en el bosque – contestó Adam, que estaba de brazos cruzados.
Justo entonces, la sirena del coche de policía se paró enfrente de la casa.
Jack y Adam intercambiaron una mirada de preocupación.
Unos hombres se aproximaron a la entrada.
Debían darse prisa, y alejarlos de la casa, o verían la sangre y todo lo demás.
-       Hola Jesús – saludó Jack, que fue el primero en salir. Roxán se ocultó tras la puerta principal, pues escapaba de la policía desde que la pillaron asesinando a un hombre inocente después de que la convirtiesen en lo que era desde hacía aproximadamente unos ochenta años.
Jesús, el policía jefe del pueblo, se paró ante el joven y lo saludó secamente. Llevaba una libreta en las manos y cara de; -¿cuál es la forma más suave de decir esto?-
-       Ha sucedido algo – anunció el policía que rondaba los cuarenta y cinco años, y ya tenía el pelo cubierto de canas. – Malas noticias.
-       Suéltalo de una vez – le dijo Adam.
-       Han encontrado a Lusom. En el bosque, muerto.
Los que a ojos de la gente del pueblo eran hermanos biológicos, mantuvieron un silencio profundo.
-       Lo siento – se sinceró el policía.
-       ¿Cómo ha sido? – preguntó Jack.
-       Aún no lo sabemos, han recogido el cuerpo, mañana lo analizarán. Pero, eso no es lo más importante. Lo que os acabo de contar en muy duro, ¿estáis bien?
Adam suspiró, aburrido, balbuceó y se acercó al policía en un visto y no visto. Como si se hubiera tele tele-transportado. Agarró al policía del hombro y empezó a decirle, mirándole muy profundamente a los ojos.
-       Has venido a comunicarnos lo sucedido, y al oír la noticia nos has tenido que consolar mucho, pues nos hemos derrumbado. Después te hemos invitado a pasar a casa, y mi hermano – aquella última palabra la dijo con retintín – te ha ofrecido un café. Por supuesto aquí no has visto nada anómalo. Y tras una profunda conversación te has marchado a tu casa. Solo. Adiós.
Automáticamente, Jesús se dio la vuelta y se metió en el coche. En un par de segundos ya había desaparecido.
Después, Jack y Adam volvieron a meterse en casa.

***

Lax esperaba la llamada. Se encontraba en su coche, sentado al volante, viendo a la escasa gente que pululaba por las calles a aquellas altas horas de la noche.
Y tal y como esperaba su teléfono no tardó en sonar.
-       ¿Cómo ha ido todo? – preguntó una voz masculina al otro lado de la línea.
-       Ya está. – dijo él.
-       ¿Lo has matado?
-       Sí, no ha sido fácil, pero  lo he conseguido.
-       Bien, no tardarán en verse amenazados, estoy seguro de que ahora estarán temblando de miedo.
-       ¿Quieres que haga algo más? – preguntó Lax.
-       Sí, necesito más información de la chica esa… Katherine. Y no te olvides de Jack y Adam. Hazlos sufrir, como sus creadores siento algunas de sus sensaciones, y me divierto. Dentro de poco estaré allí, y podré matarlos con mis propias manos.
-       Muy bien, señor. Hoy mismo le enviaré toda la información que he podido recopilar sobre Katherine, estoy seguro de que se sorprenderá.
-       Eso espero…- saboreó él. Y le siguió una risa maliciosa.

***

-       ¿Quién creéis que ha podido ser? – les preguntó Roxán, tras cerrar la puerta principal.
-       No hay duda ¿no? – comentó Adam, de forma irónica, como si la respuesta fuera obvia y la pregunta formulada estúpida. Y al ver los rostros de Jack y ella, aclaró: - El Creador. Venga. ¿Quién si no?
-       Puede ser, pero…
-       El Creador se encuentra en Francia, lo sé, estoy segura, un amigo me lo ha contado, de hecho lo ha visto recientemente deambular por las calles de París. Estará buscando nuevos hijos.
-       Como siempre – agregó Adam.
-       Yo no creo que haya sido él. Porque si no, no hubiera dejado ningún cuerpo y nosotros también estaríamos muertos – dijo Jack.
Todos callaron, pues sabían que no le faltaba razón.
-       Bueno, lo mejor ahora, es estar a alerta, yo tengo que volver a mi trabajo. Llamaré a mis contactos para saber dónde está El Creador.
Roxán salió a la calle, y entonces, algo se le clavó en el cuello e inmediatamente cayó fulminada al suelo.
Jack y Adam la contemplaron aterrados, un instante después ellos también se derrumbaron junto a ella.
Tres figuras encapuchadas se aproximaron a ellos, los cogieron y los metieron en un coche.

***

Laura que no había bajado en todo el día de su habitación, al ver acercarse el coche de la policía hasta la parcela de su casa, no se lo pensó dos veces.
En el salón Katherine se encontraba acurrucada sobre el sofá, intentando olvidarlo todo. Ulalia era quien había llamado a la policía.
-       ¿Qué pasa? – preguntó Laura, sorprendida, recién levantada.
-       Cariño, ahora no. – Ulalia se dirigía a abrir la puerta, pues Jesús el policía del pueblo había tocado el timbre un segundo antes.
-       Hola señora. Vengo a interrogar a Katherine.
-       Jesús, nos conocemos de toda la vida, así que no me llames señora, por favor te lo pido.
El policía borró su cara de –qué profesional soy- de un plumazo.
-       Claro, Ulalia. ¿Podría hablar con tu sobrina?
-       Sí, pasa.
Laura mantuvo las distancias con Jesús en todo momento, pero escuchando al policía sin pestañear, quería enterarse de lo sucedido.
-       Sé que lo que te ha sucedido puede llegar a ser traumático. – comentó Jesús, en un claro intento de ganarse la confianza de la entrevistada. – Pero debo hacerte unas preguntas.
-       Sí, prosigue, ella te escucha – le contestó Ulalia, que contemplaba el rostro aún pálido de su sobrina.
-       Me gustaría saber qué hacías en el bosque a esas horas de la noche.
Katherine levantó la vista, viendo por primera vez al hombre que en aquel momento era el representante de la ley.
-       No lo sé. Esta noche al llegar a casa estaba muy cansada, he cenado y luego me he ido a dormir. Cuando me he despertado, estaba en medio del bosque. Y es entonces cuando he reparado en la mano que sobresalía de la tierra.
-       ¿De quién es el cuerpo? – preguntó Ulalia.
-       No te lo vas a creer. El cuerpo que hemos encontrado en el bosque es de Lusom.
-       ¿¡Lusom!? – exclamó Katherine.
-       ¿Pero…? – Ulalia no pudo mediar palabra.
-       Aún no tengo ni idea de cómo ha sido, pero sí, es su cuerpo. Lo único que me ha dicho el forense de momento, es que el cuerpo presenta muchos hematomas, y que la causa del fallecimiento parece ser la falta de sangre en el sistema sanguíneo. Pero vamos al tema. ¿Te despertaste en el bosque?
-       Sí, descalza, no sé cómo, simplemente ocurrió.
-       ¿Alguna vez más te ha sucedido esto?
-       No, que yo sepa. – Katherine arrugó el entrecejo. Repasaba momentos de su vida, no, ninguno se parecía a ese.
-       Vale. Pues ya está. – Jesús se levantó del sofá y Ulalia lo acompañó hasta la entrada.
-       ¿Saben ya lo ocurrido sus hijos?
-       Sí, están destrozados. Yo mismo he sido el que les ha comunicado lo sucedido. Han sido muy amables, como siempre. – Una sonrisa apenada se dibujó en sus labios. – Me voy, si sucede algo más ya te llamaré.
-       Bien. Gracias por todo.
Katherine que había oído la pequeña conversación se mostró preocupada.
-       Tengo que ir a hablar con Jack.
-       No, quieta. Ahora tienes que descansar. Vete a la ducha, que aún estás llena de barro, y después dormirás toda la noche. Mañana ya iremos todos a darles nuestro pésame.

***

El metal le quemaba, sentía como le atravesaba y su piel que se regeneraba una y otra vez intentaba remediarlo, las heridas que rodeaban tanto sus muñecas como su cuello expulsaban ríos de sangre que le manchaban la ropa. Se encontraba en el interior de un coche, notaba su cuerpo dormido por alguna sustancia, y olía a carne quemada. Sí era él, o también podía ser Roxán que estaba a su izquierda, aún dormida.
Los párpados se le cerraban continuamente. Hasta que volvió a caer en un profundo estado de duermevela.

Despertó tiempo después. Seguía teniendo el metal aprisionándole, pero la sustancia que lo había dormido tiempo atrás ya había desaparecido de su sistema sanguíneo.
-       Parece que uno de ellos ya se ha despertado – dijo una voz femenina, perdida en algún punto de la oscuridad que lo rodeaba.
-       ¿Quiénes sois? – preguntó Jack. Su voz pareció desgarrada, el metal realmente le provocaba un dolor sin comparación.
-       Eso a ti no te importa – dijo una voz masculina. Unas luces se encendieron y permitieron a Jack ver a la gente que lo había secuestrado.
-       Pues claro que nos importa – se adelantó Adam. Su rostro transmitía furia pura.
-       Parece que el otro hermano ya se ha despertado.
-       ¡No somos hermanos, maldita sea! – gritó Adam.
-       Sólo lo voy a preguntar una vez. – dijo la voz masculina, que se ocultaba tras una máscara blanca y un traje largo negro. - ¿Dónde lo tenéis?
-       ¿Tener el qué?
-       El libro de los secretos. ¿Qué si no?
-       No sé de qué me hablas – dijo Adam.
-       ¿Ah, no? Entonces, si menciono a Lusom…
-       Él está muerto. – se apresuró a decir Adam.
-       ¿Cómo? – ambas figuras, que representaban a la voz masculina y femenina se mostraron sorprendidas. – No puede ser.
-       Sí, ha muerto hoy mismo. Alguien lo ha matado. ¿Se puede saber qué es eso del libro de los secretos?
-       ¡Serás inculto! – gritó la voz femenina. – El Libro de Los Secretos, es el libro que desea cualquier vampiro o ser de la tierra. Pues éste libro posee todos los secretos del mundo, en él se cuenta la forma en que un vampiro puede ser resistente al sol, la plata y demás problemas por toda la eternidad. Es algo deseado por El Creador desde hace mucho tiempo.
-       Ese libro no es vuestro – dijo Roxán que al parecer llevaba un rato escuchando la conversación.
-       ¡Sí que es nuestro! Nuestro dios nos lo encomendó desde el principio de los tiempos, y tenemos la obligación de matar a todo aquel que se interponga en nuestro camino. Lusom nos lo robó hace algún tiempo, y vamos a recuperarlo cueste lo que cueste.
-       Pues resulta que Lusom me enseñó el libro, por desgracia no encontró la forma de abrirlo, pero sé muchas cosas de la historia.
-       ¡Cállate, maldita zorra! – la figura con voz femenina se acercó a Roxán y le abofeteó.
El rostro de Roxán expulsaba furia por todos lados.
-       Sólo os voy a dar una oportunidad de dejarlo ya. Si nos soltáis ahora, no habrá represalias, y no os mataré, que es lo que más me gustaría hacer en este momento.
-       Jovencita, no puedes escapar del metal, así que no eres ninguna amenaza para noso…
-       Me parece a mí que eso es un no. – le interrumpió Roxán. Que rompió las cadenas que la mantenías apresada, y agarró a la figura con voz de mujer por el cuello. – No sois más que simples humanos. Puedo mataros sin contemplaciones. El metal duele, pero a mí no me detiene.
La otra figura se quitó la máscara blanca y mostró su rostro de hombre.
-       No soy yo quien te juzgará, si no Dios. – Justo entonces se sacó un crucifijo del bolsillo, y se lo mostró a Roxán, esperando que le hiciera retroceder unos pasos.
Pero eso nunca sucedió.
La risa malvada de Roxán puso los pelos de punta a todos los allí presentes.
Entonces, ella se movió a la velocidad del rayo, le rompió el cuello a la chica con facilidad, y con sólo empujar por el pecho hacia atrás al hombre, éste salió volando por los aires, golpeándose contra la pared de cemento.
-       ¿Podrías soltarnos? – preguntó Adam, en tono sarcástico.
Roxán volvió a moverse a la luz del rayo y rompió las cadenas de metal que habían mantenido a ambos vampiros aprisionados hasta aquel momento.
-       Vayámonos de aquí.  – les dijo.
Jack miró a las dos personas, pensando en El Libro de Los Secretos. ¿Cómo era que Lusom no les había comentado nada? Esperaba hablar con Roxán, y que ella le contestara a todas las preguntas.

***

Katherine había obedecido a su tía. Tampoco tenía ganas ni fuerzas de seguir en pie un segundo más.
-       Estás demasiado preocupada por Jack – le dijo Claudia. Que había estado en todo momento a su lado. Al parecer Katherine era la única que podía verla.
-       Pues claro, ha muerto su padre, y encima he sido yo quien lo ha encontrado. ¿No te parece esa razón suficiente como para estar preocupada? Él deberá estar destrozado con todo esto.
-       No lo creas. – dijo Claudia en un tono que ha Katherine no le gustó en absoluto.
-       ¿Qué te pasa a ti con Jack? Primero, ¿lo conoces? Y segundo, ¿por qué hablas así de él?
-       Katherine, he muerto. Y hazme caso, sé muchas cosas. Mira, soy tu ángel guardián así me lo han asignado. Y es por ello que debo protegerte…
-       ¿De quién? ¿De Jack? ¡Venga, él es muy gentil, nunca sería un peligro para mí!
-       Te equivocas.
-       ¿Ah sí? ¡Dime por qué!
-       Jack no es tan inocente como te hace creer. Él es muy peligroso Katherine, esconde un secreto. Ya lo descubrirás y cuando lo hagas, te arrepentirás de haberlo conocido.  
Claudia se convirtió en humo y desapareció de la estancia.
-       ¡Oye, no te vayas así!
Ulalia abrió la puerta de su cuarto en aquel preciso instante.
-       ¿Con quién hablas? – le preguntó extrañada.
-       Con nadie.
-       Es tarde, métete en la cama. Mañana iremos pronto a ver a Jack y Adam.
Katherine se puso el pijama y se metió en la cama, aquella noche tardó en conciliar el sueño. 

1 comentario:

  1. Genial.
    Cual es libro ese de los secretos? no entiendo nada.
    De todas formas que tiene que ver Khaterine con todo eso y el creador.
    bueno chauuu
    A seguir leyendo

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