Sinopsis

Katherine se trasladará a Santiago, para pasar el verano en casa de sus tíos. Pero aquel lugar tan idílico no lo será tanto, enseguida su ángel protector entrará en acción, y le avisará continuamente que ese chico del que ella está enamorada, no es alguien de fiar.
¿Qué es lo que Jack esconderá?

martes, 17 de mayo de 2011

Capítulos 8 y 9

Capítulo. 8

Tres, Dos, Uno…

Se le había olvidado cerrar las persianas antes de acostarse. Y ahora, los rayos del sol la alcanzaban con fuerza, pero lejos de desagradarle, la sumergían en un estado de bienestar y duermevela.
Bostezó mientras estiraba los brazos. Se miró al espejo cuando se dirigía a abrir la puerta. Estaba bien. Una sonrisa tonta permanecía imborrable en sus labios.
La inesperada sorpresa llegó cuando llegó a la cocina con intención de prepararse el desayuno.
-       ¡Felicidades! – gritaron Javier y Ulalia al unísono. La abrazaron y empezaron a tirarle de las orejas. Laura la contempló con indiferencia desde la silla en la que se encontraba, sentada, disfrutando de su café recién hecho.
-       ¿Por qué…? – preguntó Katherine.
-       No me digas que te has olvidado de tu cumpleaños – comentó Ulalia en un tono desenfadado.
Katherine se sonrojó.
-       No. – Mintió.
Y vio cómo su prima movía los labios sin llegar a decir nada. Seguramente en un intento de burla.
-       ¿Qué quieres que hagamos por tu día? – preguntó Ulalia, que estaba más emocionada que ella misma.
-       Ah… es que yo, no tenía nada pensado.
-       Está bien, ya me encargo yo de organizarlo todo – dijo Ulalia. – De pronto desayunaremos.
Media hora después, mientras Katherine veía a su tía moverse de un lado a otro, preparando la que sería la comida, escuchó como un coche aparcaba cerca de la casa. Y con una repentina ilusión, se levantó para abrir la puerta.
Era quien esperaba.
-       ¡Jack! – gritó, y se le lanzó a los brazos. Aún no se había dado cuenta, pero más tarde pasaría un poco de vergüenza, pues apenas iba vestida, y encima, no le había dicho nada a nadie sobre lo suyo con Jack. También era verdad que no había tenido tiempo. - ¿Qué haces aquí? – le preguntó, un tanto extrañada, no acertaba el motivo por el cual él podía estar allí en aquel preciso instante.
-       Quería felicitarte – le contestó muy sonriente – feliz cumpleaños Kath. – Y le tendió un profundo beso en los labios.
-       Yo… eh… ¿Cómo te has enterado de…?
-       ¿…De tu cumpleaños? – terminó por decir él. – Me lo chivó Ulaia hace cosa de una semana. ¿Te puedo dar mi regalo ya? – preguntó impaciente.
-       ¿Me has…? – sus ojos se llenaron de lágrimas - ¿…me has comprado algo? – dijo en un hilo de voz.
-       Si no quieres, da igual…
-       ¡No, lo quiero, lo quiero! – aulló ella, dando pequeños saltos, como un niño que protesta.
-       De acuerdo. En realidad no lo he comprado, es una herencia familiar, en concreto era de mi bisabuela, pero si no te gusta, te invitaré al parque de atracciones y…
-       ¡No, seguro que me gusta! – protestó.
Entonces, Jack sacó una pequeña caja, se la mostró a Katherine y la abrió. Ella quedó boquiabierta.
Se trataba de un collar de oro del cual colgaba un zafiro circular adornado con unas varillas metálicas muy finas que formaban siluetas sobre la piedra preciada.
-       Es precioso – dijo Katherine sin palabras que pudieran definir lo que sentía en aquel momento. Podría haberse echado a llorar sin parar. Pero no fue así, sonrió ampliamente y acompañó a Jack a entrar en casa.
Después se ofrecieron para ayudar a Ulalia a preparar la comida, pero ella se negó en redondo.
Subieron a la habitación de Katherine.
-       Jack, yo… - ella se sentó en el borde de la cama mirándole a él, que contemplaba la habitación con detenimiento, pues nunca había estado allí. – Me gustaría saber, si no te importa, algo más de ti.
Él se giró, y la miró a los ojos, sin inmutarse, pensativo.
-       ¿Quieres que te cuente como era mi vida antes de ser convertido? ¿O cómo me convertí en vampiro? – su voz era suave, relajada. Y tras un largo silencio se sentó a su lado, en la cama. – Está bien, ¿por dónde empiezo? – Jack miró la ventana, con la vista perdida en su pasado.
Suspiró.
-       Nací el once de enero del veintiuno. El nacimiento tuvo lugar en mi antigua casa, acompañado de mi padre y el cura del pueblo. Mi madre, María, que era como yo la llamaba cariñosamente, había dado a luz con anterioridad a dos niños más, ninguno sobrevivió al parto, por lo que se puede decir que yo fui la excepción que confirma la regla.
Crecí en un pequeño pueblo de apenas mil doscientas personas. Mi familia siempre fue muy pobre, mi padre era minero y se pasaba gran parte del día en la mina situada a unos kilómetros del pueblo. Yo, por mi parte, estudiaba de lunes a sábado con los curas, eso por las mañanas, por las tardes, ayudaba a mi madre en los quehaceres del hogar.
Mi padre era una persona muy ruda y caprichosa, una de sus reglas en aquella casa era que para cuando él llegara de trabajar hacia las siete de la tarde, tenía que estar hecha la cena. Pero no cenábamos todos juntos, para nada, él era el primero en saciar el hambre, y después mi madre y yo, con las sobras, cenábamos cerca de la improvisada chimenea situada en la habitación más grande de la casa.
A los doce años comencé a trabajar con mi padre en la mina, unas diez horas diarias, durante toda la semana.
Mi vida fue así hasta que cumplí los dieciocho.
Ese año, concretamente el ocho de diciembre del treinta y nueve, mi padre fue sorprendido por una dura enfermedad, un cáncer cerebral.
Los últimos meses, de su vida se había vuelto loco, tenía delirios, se desmayaba, su humor cambiaba… hasta el día que simplemente no pudo volver a levantarse de la cama.
El cáncer acabó con él en menos de dos semanas.
El día de su entierro, todo el pueblo asistió a darle el último pésame a mi madre y a mí.
Ella, quedó gravemente afectada después de todo aquello.
Yo tuve que trabajar más horas durante el día, para poder sacar algo de dinero que nos permitiera comer.
Desde aquel fatídico día de diciembre, todas las noches, sin excepciones, tenía que dormirme con el llanto de mi madre en la habitación contigua, durante horas. Hasta que le vencía el sueño.
Cinco meses después, y ya con treinta y nueve años más que cumplidos, mi madre cayó enferma por depresión, la muerte de mi padre, la llevaría, más tarde al mismo final.
Fue entonces, cuando tomé una decisión. Abandoné el pueblo y mi hogar de toda la vida, para deambular durante unos años de un lado a otro. Estuve en dos pueblos más, y en la capital, allí fue donde conocería Al Creador. Que es como lo llamo yo.
-       ¿Quién es El Creador? – le interrumpió Katherine.
-       Es mi creador. El que me convirtió en vampiro.
Se hizo el silencio. Y Jack siguió con su historia:
-       En la capital, me hice con un trabajo decente, me sacaba un poco de dinero descargando camiones que venían a la ciudad todos los días. Con ello podía alquilar una pequeña habitación en los barrios bajos. Solía pasarme todas las noches leyendo cerca de la ventana, sintiendo el calor del verano que alcanzaba mi habitación tras ella.
Todo fue muy bien hasta que un día perdí el empleo, y en consecuencia, también el piso en el que vivía.
Me vi en las calles durante casi una semana, hasta una muy calurosa noche de agosto. En la cual, yo me encontraba en la calle, sentado en una angosta y húmeda calle perdida entre dos casas colindantes, en los barrios bajos de la ciudad, fuera de toda alegría.
Entonces, un hombre se me acercó, en un principio pensé que quería pegarme, pero no fue así. Me miró a los ojos y me preguntó.
-       ¿Quieres morir?
No sabría decirte por qué, pero le contesté que sí. En ese momento no veía razón alguna por la que salir adelante. Así que me abandoné.
El hombre me llevó hasta una habitación del hotel más caro de la ciudad que tenía para su uso y disfrute.
Una vez allí me lo volvió a preguntar una vez más. Y cuando volví a asentir, no tan seguro como en la primera ocasión, se me echó encima, e hincó sus dientes en mi cuello.
Al principio sentí un dolor interminable, escalofriante, que se difuminó en unos segundos para convertirse en la sensación más agradable que he sentido nunca.
Mi vista se volvió borrosa, sentí los débiles pálpitos de mi corazón, hasta que me quedé completamente muerto. O eso creo. Pues desperté horas después, a la tarde siguiente.
Entonces, El Creador procedió a explicarme lo que había sucedido. Primero me desangró, y después, un par de horas más tarde desde que mi corazón había emitido su último latido, se cortó la muñeca, y la posó en mi boca, de modo que toda la sangre que él iba perdiendo, se introducía en mi organismo.
Así fue como me convertí.
-       ¿Y después? – preguntó Katherine.
-       Tuve que servir a ese hombre durante cincuenta años.
-       ¿Qué? – exclamó ella, confusa.
-       Sí, El Creador, es un vampiro de setecientos años, que va convirtiendo a un montón de personas, para después tratarlos como hijos-esclavos. Tuve que servirle y hacer todo lo que me decía, hasta que bueno, hace unos años, me escapé. Desde entonces, he vivido la vida lo máximo que he podido.
-       ¿Entonces… cuántos años tienes? – preguntó Katherine, arrugando el entrecejo.
-       Noventa años, cumplidos este mismo año. – Contestó él, secamente. – Pero olvidemos eso – dijo cambiando de tema. – Es tu cumpleaños, motivo de felicidad, así que vamos a divertirnos.
-       Pero, Jack… - él se había levantado, y ahora miraba por la ventana a la ciudad que se perdía a la lejanía. Se le acercó y poniéndose a su altura, le dio un beso que él más tarde le devolvió.
Justo entonces, Ulalia los llamaba desde la cocina.


Lax estaba un tanto preocupado, creía haber satisfecho a su creador al mandarle toda aquella extensa información sobre lo que sabía de Katherine. Esa mujer humana con poderes ocultos que al parecer ni ella misma había descubierto aún, y que últimamente andaba mucho tiempo con Jack.
El Creador ya no estaba preocupado por sus dos hijos. Adam y Jack habían pasado a un segundo plano, ahora quien le llamaba la atención era ella, Katherine. Y más desde que llegó a sus oídos que la sangre de una bruja descendiente que acaba de cumplir la mayoría de edad, es capaz de hacerlo eterno, inmortal de verdad. No sólo podría no afectarle la luz del sol, sino que tampoco lo haría el metal, ni las balas de madera, incluso, cabía la posibilidad de que pudiese entrar en los hogares de todas las personas del mundo aunque le denegaran el paso o no tuviese una invitación previa.
Lo que para un vampiro como él, era todo un lujo, lo único que no tenía en la vida y había deseado durante toda la eternidad. Ahora lo tenía al alcance de la mano.
¿Para qué el libro de los secretos? Cierto era que según la leyenda, quien poseyera ese libro y supiera manejarlo sin que su alma cayera en manos de satanás, sería invencible. Pero eso era imposible. Sabía de buena tinta que recientemente, y gracias a Lax, el libro había estado a punto de comerse a Jack y Adam, hubiese sido una pérdida un tanto triste, pero eso le daba igual. Ahora que sabía que con beber la sangre de Katherine sería inmortal, no le cabía otra cosa en la cabeza.
Lax se encontraba en un Taxi, camino de una dirección, en la cual, debía reunirse con un contacto muy cercano al Creador. Éste contacto, al parecer, tenía órdenes directas de él. Esa era la razón de su nerviosismo e incertidumbre.
Lax esperaba que todo lo que le había ido contando y de  lo que le había ido informando en los últimos días, fuese lo suficiente como para que no le impusiera un castigo, inclusive que lo librara de ser su esclavo.
El auto se paró frente a una acera, Lax pagó al conductor y salió. Era de día la una en punto, y por lo tanto, las calles estaban mucho menos transitadas.
Lax caminó un par de calles hasta encontrar el establecimiento que buscaba. Una vez allí sólo tuvo que preguntar en la barra por D, y el hombre le dijo que le esperaba en el segundo piso y le señaló la forma de llegar.
Subió por unas escaleras de caracol situadas tras una puerta cercana a los baños y después cruzó un pequeño pasillo para alcanzar la habitación.
-       Pasa – le dijo una voz al otro lado, le había oído llegar.
La estancia estaba completamente a oscuras, las ventanas permanecían cerradas y ocultas tras unas cortinas opacas de tela blanca, aunque a simple vista parecía plástico. Sólo entraban dos rayas de luz por un lado y apenas iluminaban un trozo de pared y una bombilla desnuda que colgaba de varios cables del techo.
-       Siéntate – le ordenó la voz masculina.
Lax activó su modo vista nocturna, pues los vampiros –la mayoría al menos- tienen la capacidad controlar el enfoque de sus ojos, algo que los humanos no pueden hacer.
-       ¿Estás asustado, Lax?
-       No-no ¿por qué?
-       Nada, me lo parecía. – Ambos vampiros tomaron asiento en una mesa que estaba situada cerca de la ventana pero que con ojos humanos sería casi imposible encontrar, sólo sería posible con la ayuda del tacto.
-       ¿Cuál es el motivo por el que me has citado aquí? – preguntó Lax. Aunque él ya lo intuía.
-       Está claro, El Creador me ha dejado unos recados para ti.
-       ¿Cuáles?
-       Son cosas que tienes que hacer tú solo, y tienen que ver con Katherine, esa brujita que tanto le interesa al Creador últimamente. – Explicó D. – Escucha, porque es muy importante que se te quede grabado en la cabeza. El Creador quiere que la raptes, que la captures, llámalo como quieras y que se la lleves a esta dirección – D le dejó un papel pequeño sobre la mesa en la cual había algo apuntado. – Una vez allí nosotros no encargaremos de llevar el cuerpo hasta la mansión del Creador.
-       ¿Es solo eso? – preguntó.
-       Sí, pero tendrá que tener mucho cuidado, Jack y Adam serán jóvenes pero cabe la posibilidad de que si te descubren llamen a Roxán. Y ella te supera en edad. Así qué ten cuidado.
-       De acuerdo.
-       A por cierto, lo quiere para mañana a la noche, así que tienes unas treinta y seis horas para conseguir atrapar a Katherine.
-       Bien. – Asintió con la cabeza. - ¿Y Jack y Adam, qué hago, los mato como a Lusom?
-       No. Déjalos, en caso de aburrimiento, al Creador le gustaría tenerlos para divertirse un poco.


-       ¿Sabes? He decidido que voy a cerrar la tienda. – Le comunicó Jack a Adam.
-       ¿Qué? – saltó él.
Adam había llegado hacia las doce y media de la mañana, acompañado con un buen surtido de pastelitos para la cumpleañera.
-       Pues eso, que no voy a trabajar más ahí.
-       Mira amiguito, eso lo decidiremos entre tú y yo, además, hasta que no te ganes a Katherine para que podamos beber de su sangre y hacernos invencibles, la única forma de conseguir dinero para la sangre es con la tienda.
-       Adam, ya no. Lo siento. No voy  a seguir con este juego.
-       ¿A qué te refieres?
-       Me gusta Katherine, la quiero, es la primera chica que me gusta desde hace mucho tiempo, y no voy a estropear nuestra relación por ser invulnerable al sol. Adam, se acabó, no voy a seguir con el juego. – Era la primera vez que Jack mostraba a alguien ajeno sus sentimientos hacia una persona con tan poco pudor.
-       ¡No! ¡Ni lo sueñes! Llevamos buscando a una chica como Katherine desde que nos libramos del Creador, y no voy a permitir que por tu culpa me quede igual de vulnerable. ¡Haber si lo entiendes, él podría estar buscándonos ahora mismo! Y como nos encuentre… nos matará.
-       ¡Pues me da igual! Ahora soy feliz, y escúchame, como le digas algo a Katherine de todo esto… te mato.
-       ¿Tú? – dijo él entre carcajadas. – Jack, te supero en edad, no ere rival para mí, y como me sigas tocando los cojones, el que va acabar muerto antes de que finalice el día, ese vas a ser tú. – Adam estaba exaltado, hacía tiempo que no se peleaba con nadie, y ahora no le vendría nada mal pegarle dos leches bien dadas al estúpido que tenía delante.
-       ¿Qué sucede chicos? – Ulalia acababa de salir del cuarto de baño, y los miraba, quieta.
-       Na-nada – dijeron los dos al unísono.
-       ¿Ya está lista la comida? – preguntó Jack, que se le había pasado el tiempo volando.
-       ¡La comida! – gritó Ulalia, se había olvidado completamente del pollo que estaba en el horno. Corrió escaleras abajo, Adam y Jack le siguieron hasta la cocina.
La estancia estaba completamente llena de humo negro, y el pollo, seguramente más que chamuscado.
-       ¡Mi pollo! – gritaba una y otra vez Ulalia. Laura y Katherine la escucharon y llegaron unos segundos más tarde.
Minutos después, con abrir las ventanas, y tirar el pollo que estaba inservible, todos se encontraban sin saber qué podían comer.
Todos permanecían sentados en las sillas que rodeaban la mesa de la cocina, menos Adam, que estaba de pie, con cara de muy pocos amigos, maldiciendo a Jack, y pensando si lanzarse sobre él en aquel preciso instante era lo correcto.
-       Podemos pedir unas pizzas – comentó Katherine.
-       Es buena idea – apuntó Jack.
-       ¿Qué crees mamá? – preguntó Laura.
-       De acuerdo, si os parece bien, pero es una pena lo del pollo… - Ulalia seguía a lo suyo.
-       Yo me encargo de llamar – dijo Laura, que evitaba a toda costa alejarse de Adam.  - ¿De qué las pido? – preguntó, estando ya en el salón, mientras sacaba de su cartera una tarjeta publicitaria que guardaba de Telepizza.


Adam salió de la casa. Y automáticamente, cogió la cajetilla del tabaco y el mechero. Cuando ya estaba a punto de encenderlo, descubrió a Laura, que miraba al horizonte, con las olas del mar rompiendo a escasos metros, la brisa se alzaba por su rostro, barriendo su cabello.
Se acercó a ella.
-       Hola. – Le dijo. Y tapando el cigarrillo logró encenderlo con la pequeña llama.
-       Déjame, no te soporto. – Comento ella, como en un auto reflejo.
-       Vaya, sí que me tienes tirria… - Adam alargó la última palabra acompañada de una mueca en la cara.
-       Mira, me das mala espina. – Laura se giró y lo miraba fijamente apuntándole con el dedo índice. – No sé por qué, pero te juro que algún día lo sabré, y entonces… entonces… - Laura se había quedado paralizada, de repente. Por culpa de los ojos de Adam, que se volvieron negro del todo.
-       No vas a hacer nada. Está claro que por más que te lavo el cerebro sigues empeñada en no olvidar tus recuerdos, por lo tanto, ahora me voy a ir, y… no te vas a acordar de que he estado aquí contigo. – Para terminar, dibujó una media sonrisa en los labios. Se giró y tras tirar lo que le quedaba del cigarrillo y aplastarlo con las zapatillas, entró en casa.
Pero aquella vez, esa escena no quedó solo entre ellos dos. Katherine, que estaba en el cuarto de baño, por casualidad, se asomó, y lo vio todo. Ahora ni ella misma sabía qué hacer.
No sabía si Adam era un vampiro, aunque algo en su interior ya se lo había estado advirtiendo desde hacía un tiempo.


El repartidor con las pizzas llegó una media hora más tarde. Habían pasado cuarenta minutos desde que Laura hiciera el pedido.
-       Mamá, el dinero – dijo ella, que esperaba en la puerta.
El chico, de unos veinte años, esperaba cargando con las pizzas.
-       Pasa hombre, no te vayas a cansar. – Le dijo ella. Cogió dos de las pizzas y las llevó al salón que estaba a mano derecha según se entraba por la puerta.
El repartidor, sin perder la sonrisa, recibió a Ulalia, que hurgaba en su cartera.
-       ¿Cuánto es? – le preguntó.
-       Cincuenta euros, señora.
-       Toma. – Le tendió un fino billete de cincuenta y otro billete de cinco de propina.
-       Gracias – le dijo el hombre, radiante de felicidad, y retirándose con rapidez camino a la motocicleta que la esperaba mal aparcada en la acera.
Ulalia se hizo cargo de la pizza restante y la llevó al salón, Katherine se encargó de las bebidas, junto a Jack.
Adam, aburrido, hacía zapping con el mando del televisor.
Después de la comilona que se pegaron. Llegó el momento de dar los regalos.
-       ¡Hora de los regalos! – gritó Ulalia, sobresaltada e inquieta. – El primero es el mío y el de Laura, es conjunto, y el segundo el de tu tío Javier, que como sabes está muy ocupado en su nuevo trabajo. Por cierto, me ha dicho hoy a la mañana que te llamará esta tarde, en cuanto termine una reunión que tiene, ¡ah! Y han llamado tus padres, dicen que quieren tener una videoconferencia contigo a las nueve de la noche. Que te conectes al MSN. Toma. – Ulalia le tendió una pequeña caja.
-       ¿Qué es? – preguntó ella, sonriente. - ¡Pendientes! – gritó al abrir el regalo. Eran preciosos. Pequeños, pero como a ella le gustaban, ni muy llamativos ni muy viejos. Simplemente geniales.
Katherine abrazó a su tía y cuando se separó y reparó en Laura, ella le dijo:
-       Ni hablar, nada de abrazos, ni besos, me alegro de que te guste, mi madre tiene los mismos gustos que los tuyos, ahora sé que te puede llevar a ti a las rebajas.
-       Gracias. – Le dijo.
Ulalia le tendió el regalo de Javier.
Lo abrió.
Era un diario, con una nota, en la que ponía:

Espero poder hablar contigo en tu día de cumpleaños, felicidades por tu mayoría de edad.

Después llegó el regalo de Adam.
Se trataba de un libro.
-       Tokyo Blues – le dijo él, mientras ella leía el título.
-       Gracias Adam, me encanta Haruki Murakami.
-       Me lo imaginaba.
Tras recoger, Adam se despidió, pues tenía, según él, cosas que hacer. Jack subió con Katherine a la habitación de esta.
-       Feliz cumpleaños – le susurró él al oído. Y le dio un beso.
Jack se quedó hasta las ocho de la tarde, Katherine quería ducharse y cambiarse de ropa para poder estar cómoda cuando hablase con sus padres a través de la webcam.


El baño la relajó, mucho, tal vez, repentinamente, a Katherine le habían entrado unas tremendas ganas de dormirse.
Se puso el pijama y encendió el ordenador.
Esperó que su madre, se conectara al MSN.
Y justo, puntual, a las nueve, le envió el primer mensaje.
<<Hola, cariño.
<<Hola, mama – le contestó ella, rápidamente.
Después le envió la invitación para poder verse a través de la webcam.
A posteriori, madre e hija sonrieron y se saludaron con las manos al verse los rostros por primera vez desde la despedida en el andén del tren.
-       ¿Qué tal te ha ido el día? – esta vez la pregunta se la formuló oralmente, sin escribir.
-       Muy bien. Todos han sido muy amables conmigo. Me han regalado cosas…
-       ¿Qué cosas? – quiso saber ella.
-       Pues unos pendientes, un collar, un libro, y un diario.
-       Me figuro que lo del collar y los pendientes es cosa de tu tía ¿verdad?
-       No, bueno sí, los pendientes, me los ha regalado ella junto con Laura.
-       ¿Y el collar?
-       Jack.
-       ¿Quién es Jack?
-       Un chico.
-       ¿Qué tipo de chico?
-       Mamá, no, basta. No te voy a contar nada. ¿De acuerdo?
-       Vale, hija.
-       ¿Dónde están Papá y Pablo?
-       Ahora vienen. Están terminando de ver una cosa en la televisión.
-       ¿Nos echabais de menos? – preguntó Pablo, que entraba junto a su padre justo en ese momento en la estancia en la que se encontraba Estrella. – Felicidades hermana – le dijo él.
La conversación se extendió hasta muy entrada la noche, hablaron de la situación de la casa que se estaba construyendo, del dinero, de las vacaciones… Estrella le había dicho a su hija que su regalo lo vería cuando fuera allí con ellos, es decir, entre finales de agosto y principios de septiembre.
Y eso la excitó. Pues quería saber de qué se trataba ese regalo, que según Pablo le iba a encantar y le iba a recordar a alguien.
Katherine apagó el ordenador y se tendió en la cama, cansada. Relajada también.
Fue entonces cuando escuchó los gemidos de su prima. Que lloraba en su habitación.
Tras estar escuchándola un buen rato, y empezando a sentir impotente, fue hasta su habitación y tocó la puerta con los nudillos un par de veces.
-       Pasa – le dijo Laura.
Katherine, al entrar, vio cómo se secaba las lágrimas.
-       ¿Qué te pasa? – le preguntó ella.
-       Nada, es que… me siento muy mal. – Se confesó.
Se sentó junto a ella en la cama.
-       Te he visto esta mañana con Adam en el jardín, ¿qué te pasa con él?
-       Es, cuando se me acerca, me habla, o me toca… se me erizan todos el bello del cuerpo, y me pongo mala, histérica. Lo odio, pero no sé por qué. Al tenerlo cerca, no me siento segura.
Katherine recordó la fiesta, y cómo ella se le había lanzado con un cuchillo en la mano, intentando matarla. Jack le había dicho que no era ella, que debía de estar poseída por algo, o controlada por alguien. Katherine no supo muy bien de lo que estaba hablando Jack hasta que vio aquella mañana a Adam, usando eso de los ojos. Como si estuviera hipnotizando a su prima. Sin cortarse un pelo.
Katherine sintió ganas de tocar a Laura, como si eso le permitiese saber más. Hondar en el interior de su prima, sentir lo que ella sentía, ver cosas que ella había vivido…
Y no lo dudó un instante.
La tocó. Y le preguntó.
-       ¿Qué sientes cuando tienes a Adam cerca?
Laura un tanto extrañada, y pensando que ya le había dicho eso precisamente eso, no supo qué decir.
Katherine entró en ella, y vio cosas que tal vez no debería de haber visto.
Los recuerdos de Laura la trasladaron a atrás en el tiempo, precisamente al día siguiente del que llegó al pueblo, cuando asistieron invitados a la barbacoa de Jack, Adam y el fallecido Lusom.
Vio como Adam besuqueaba a Laura, y la ponía contra una gran piedra, y entonces, él excitado, sacaba los colmillos y se los hincaba a Laura en el cuello. Ella lo sintió todo, el dolor del principio, y la satisfacción que le precedió.
Después se escuchó a sí misma, hablando detrás de Adam, pero como en ese momento estaba reviviendo la escena desde el punto de vista de su prima, vio como Adam retiraba costosamente los colmillos y se giraba para mentirle sobre lo sucedido a Laura, después, todo se volvió negro y borroso.
Regresaron al mundo real.
Y Laura estaba estupefacta.
Katherine no sólo había accedido a los recuerdos de su prima sino que encima la había hecho recordar.
Los ojos de Laura mostraron claridad por primera vez en mucho tiempo, pero después se destiñeron hasta mostrar un profundo horror y terror, saltó de la cama y abandonó la estancia.
Katherine la siguió.
-       ¿A dónde vas? – le preguntó.
Pero ella no le hizo caso.
Ulalia las vio bajar hasta el primer piso. Ella se encontraba en el salón disfrutando de una serie que emitían en ese momento por la televisión.
-       Déjala – le dijo. – Ella es así, cuando está un poco aburrida sale de marcha con las amigas.
-       Pero… - Katherine vio cómo su prima se perdía en la oscuridad que cubría la calle. No tenía ni idea de a dónde se dirigía.
En silencio, subió de nuevo hasta su cuarto, y al acercarse a la ventana, descubrió, que la gata que había visto hacía unos días, volvía a estar allí.
-       Hola, pequeña, ven pequeña – le dijo, entre silbidos. – Entra gatita, ven bonita…
La gata, recelosa, saltó de la rama del árbol hasta el alfeizar de la ventana, sin tener mucha confianza. La mitad de su cuerpo entró en la casa, pero antes de que lo hiciese por completo, se dio la vuelta rápidamente, bajó por el tronco del árbol hábilmente y desapareció en la oscuridad.
Katherine cerró la ventana, y bajó la persiana.
Después, se tumbó en la cama, pensando en Adam y lo que había descubierto sobre lo que le había estado haciendo a su prima. Sólo esperaba que Jack no estuviese involucrado en todo aquello, y que fuese cosa de Adam, que era un pervertido y un asqueroso.
Fue aquella idea y las imágenes aún grabadas vívidamente en su cerebro las que le dificultaron conciliar el sueño.


Lax se encontraba sentado al volante de su coche. El cual estaba aparcado enfrente de la casa en la que desde hacía un par de semanas vivía Katherine.
El humo del cigarrillo que Lax mantenía entre los dedos índice y corazón de la mano derecha, se perdía por la ventana.
Lax pensaba en la mejor forma de conseguir el permiso para poder entrar a sus anchas en aquella casa y llevarse a Katherine sin causar ningún revuelo.
Expulsó una bocanada de humo por la boca, y vio cómo una gata saltaba sobre el capot de su auto.
-       ¿Qué coño haces tú aquí? – preguntó él a la gata. Enfadado.
La gata, de repente, se transformó en una humana.
En una vampiresa, más precisamente, en una vampiresa pequeña, de un metro cincuenta y pocos, de tez pálida, ojos marrones y brillantes, y de cabello corto y de un color rojo fuerte.
-       ¿No te alegra verme? – le dijo ella, en tono disgustado.
-       Te he hecho una pregunta, Sophie.
-       Yo llevo un tiempo por este pueblo, antes de que tú vinieses, yo ya había recopilado un poco de información sobre Jack y Adam para El Creador.
Se hizo el silencio.
-       ¿Estás pensando en cómo entrar en la casa? – preguntó ella.  Y al ver con qué cara le miraba él, asintió; - Sí, ya me he enterado de las órdenes que te ha dado El Creador. Y me parece que lo tienes un poco chungo, porque sin invitación… - torció la cara, en señal de preocupación, algo que ella no sentía en absoluto. – Yo por ejemplo acabo de conseguir la invitación. Esa tal Katherine parece mucho menos inteligente y especial de lo que se dice. No se ha dado cuenta de que era una vampiresa. – Lax no dijo nada. - ¿Entonces, cómo tienes pensado conseguir el permiso para poder entrar en la casa y llevarte a la chica sin impedimentos?
-       No lo sé. – Confesó él, asqueado.
-       Uff, pues mal lo tienes, porque te quedan veinticuatro horas para llevar a la chiquilla a la dirección que te han especificado, si no… ya veo tu cabeza hincada en un palo en manos del Creador.
-       Sophie… si no vas a decirme una forma de conseguir lo que quiero, ya te puedes ir, porque sobras. – Le espetó él.
-       ¿Quieres qué te diga una forma de conseguir entrar sin pedirle permiso a nadie de la casa?
Sophie se acababa de ganar toda la atención de Lax.
-       Hoy han llamado a la pizzería, y un repartidor les ha traído su pedido. Lo único que tienes que hacer, es encontrar al repartidor, hipnotizarlo, y que él te dé la invitación para entrar en la casa, pues a él ya se la han concedido.
Lax sonrió en su interior, se le acababa de abrir una ventana en aquella habitación a la que había dado tantas vueltas y que hasta ese momento había permanecido completamente a oscuras. Ahora la luz entraba y todo le parecía más claro.
El único problema que tenía ahora era encontrar al repartidor.
-       Al tío lo podrás encontrar en la pizzería de la ciudad, con que vayas y preguntes por él, te dirán quién es, luego sólo tienes que encargarte de que te invite y de que muera, si no, no servirá de nada que te haya concedido la invitación previa.
-       Por primera vez, me has sido de utilidad, Sophie – le dijo él.
-       Te deseo suerte, la vas a necesitar, no creas que con la invitación lo tienes todo hecho. Ahora falta que ni Jack ni Adam se enteren de tu presencia, no te olvides que al Creador no le gustan los problemas.
-       ¿Y por qué debería fiarme de ti? – preguntó Lax – me has usado en el pasado para tu beneficio, siempre tienes algo en mente.
-       Cariño, estamos ligados, ¿enserio crees que haría algo que te perjudicara? Además, El Creador me tiene vigilada, si te engañara saldría perdiendo, y seguramente acabaría muerta.

Capítulo. 9

Miedo

La oscuridad invadió por un instante su campo visual. Pero inmediatamente, otra escena sucedía ante sus ojos. Katherine se levantó, aunque algo extraño sucedía. No llevaba el pijama que se había puesto la pasada noche, y no se encontraba en su habitación.
Ahora, sentía el frío de la piedra del suelo. E involuntariamente, su cuerpo se aproximó a la ventana. La cual no tenía cristales. La luz del sol entraba a borbotones por ella, era verano, eso seguro, pero… Katherine estaba completamente perdida. A través de la ventana, divisó un amplio jardín, que acababa en una gran muralla de unos cinco metros de altura. Tras ella, se extendía una pequeña aldea, con muy pocas casas y chabolas en pie. Los aldeanos caminaban de un lado a otro. Después de la aldea, los campos de hierba, algunos cultivados, se perdían en la distancia, mezclándose con el principio de una hilera de montañas que dibujaban el final del paisaje.
Katherine no lo comprendía, e intentó repasar todo lo que le había sucedido la noche anterior. Mientras, el que se suponía que era su cuerpo se movía con voluntad propia.
Al no soportar los llantos de su prima Laura había ido a ver qué le sucedía, entonces, tuvieron una conexión, en la que ella, vio más de lo que debía. A causa de ello, Laura marchó de casa enfadada y sin dar explicaciones. Por lo contrario, Ulalia, su tía no había hecho si no decirle que Laura terminaría por calmarse y volver de nuevo a casa, tarde o temprano, pues era algo ya habitual en ella. Al final se acostó en la cama, y tiempo más tarde, logró dormirse.
Ahora, intentaba controlar su cuerpo, sin éxito alguno.
De pronto la puerta sonó. Y ella se giró.
-       Pase – dijo una voz femenina que no reconocía, y que por supuesto no era la suya.
-       Princesa Anastasia, - el caballero, alto, de tez blanca, y espalda ancha, le hizo una reverencia. Katherine se sintió incómoda de repente. – Su hermana la espera. Me ha comunicado que está impaciente.
-       Gracias Augusto, puede retirarse, y dígale a mi hermana que ahora voy en su compañía.
El hombre de ojos oscuros y cabello marrón volvió a hacer la reverencia, y desapareció de la estancia, cerrando la puerta tras de sí.
Anastasia caminó hasta el cuarto de baño que se encontraba a la derecha de la gran habitación. Y se sentó en una butaca situada enfrente de un gran espejo que la reflejó.
Katherine descubrió a una mujer de su edad, de tez más morena que la suya, cabello oscuro, ojos grandes y de un color azul hielo.
Anastasia comenzó a peinarse la larga cabellera que poseía.
Después llamó a su doncella, y la ayudó a vestirse apropiadamente para salir al jardín trasero.
Al abandonar su habitación un guardia que custodiaba sus aposentos (al parecer durante toda la noche) se limitó a seguirla.
-       ¿Me permite usted un comentario, Princesa? – le preguntó.
-       Por supuesto, Jaime. – Concedió ella, con aquel tono melódico de voz que poseía.
Katherine se limitaba a contemplar todo. Pues, aunque ya había comprendido que no podía tomar el control del cuerpo que habitaba en ese momento, sentía lo mismo que debía de sentir Anastasia en aquellos momentos.
Ahora una especie de zapatillas muy ligeras le cubría los pies, pero aún el frío de la piedra por la que caminaba le escalaba por las piernas.
-       Esta usted más radiante que nunca, princesa.
-       Por favor, Jaime, eres mi guardia personal desde que cumplí los doce años de edad, me sigues las doce horas que dura el día, y sigues protegiéndome cuando transcurre la noche. Así que deja de llamarme princesa, me llamo Anastasia, dirígete a mí así – y viendo la sonrisa de su guardia, añadió – no es una petición, sino una orden.
-       Sí, princesa – bromeó él.
Tras recorrer largos pasillos alcanzaron la salida al jardín trasero.
Anastasia parpadeó incesantemente, hasta que sus ojos se acostumbraron a la fuerte luz del sol, tras la sombría oscuridad que cubría los pasillos sólo alumbrados por las antorchas.
Al llegar a las escaleras que la conducirían hasta el gran jardín trasero del palacio, le hizo un gesto a Jaime para que se mantuviera a cierta distancia.
Era obligación del guardia protegerla, pero en este caso, estaban dentro del recinto permitido y encima la princesa estaba acompañada de dos amigas, así que obedeció y guardó las distancias, sin decir nada al respecto.
Anastasia se acercó a la mesa que estaba situada a unos pocos metros de la gran fuente que residía justo en el centro del jardín.
A su alrededor, un césped bien cuidado brillaba con intensidad bajo la luz del sol, adornado de cientos de margaritas.
La primera de sus amigas en verla la saludó con la mano, aclamándola.
-       Hola chicas – les saludó ella al sentarse en la única silla que quedaba libre.
-       ¿Se te han pegado las sábanas o qué? – preguntó la más joven, que rondaría los quince años. Su cabello era largo y ocultaba gran parte de su rostro fino y delicado.
-       Sí, llegas tarde, llevábamos un buen rato esperándote.
-       Lo sé, y lo siento, pero es que ayer me dormí tarde. No soporto el calor de estos días.
-       Sí, llevas razón – asintió la mayor de sus amigas que era la primera que la había saludado. – Ayer tuve que pedirle a Luis –su guardaespaldas- que me trajera agua fría para mojarme el rostro. ¡Tendrías que haber visto la cara que puso cuándo me vio desabrochándome el vestido para estar más cómoda! – las tres rieron a carcajadas.
-       Pero Luis es tu guardaespaldas. Debería de estar acostumbrado a verte un poco destapada ¿no? – comentó la más joven, cómo si lo que acababa de soltar fuera lo más lógico del mundo.
-       No, él es muy tímido, y siempre que me he encontrado en una situación comprometida, se ha ido de mi cuarto, para dejarme sola. Pero eso no fue lo mejor. ¡Luego le pedí que me mojara él un poco con el agua la espalda, y se quedó petrificado! – las carcajadas crecieron de nuevo. Incluso Jaime las escuchaba y eso que se mantenía a una buena distancia.
Después se hizo el silencio.
-       Ana, tenemos que comentarte una cosa. – Le dijo la mayor. – Ayer estuvimos en la taberna, y le vimos, le prometimos que hoy te llevaríamos con él ¡está loco por ti! – Katherine prestó atención, parecía que hablaran de un chico.
-       ¿Sí? – dijo sorprendida la princesa.
-       En efecto. Así qué ¿qué te parece si le pides permiso a tu padre y marchamos ahora mismo hacia la taberna? – le preguntó la más joven.


Anastasia no se lo pensó dos veces. Corrió junto con su guardia hasta los aposentos de su padre. Esperaba que no estuviera ocupado, y que se encontrara de buen humor, porque si no sería difícil convencerle de que le dejara salir al poblado durante un rato.
De mientras sus amigas la esperaban en el jardín.
El rey la recibió inmediatamente después de que uno de sus guardias personales (los cuales eran incontables) le comunicara que la princesa Anastasia esperaba su permiso para entrar y mantener una conversación con él.
-       ¿Qué deseas hija mía? – le preguntó él, dejando un libro muy pesado sobre su cama.
-       Padre, como sabes perfectamente, no he salido en dos semanas del palacio por estar ocupada en mis estudios. Y hoy mis amigas me han pedido fervientemente que quieren salir conmigo a dar un paseo por la aldea.
-       ¿Y quieres saber si tienes mi permiso?
-       Sí, padre – asintió ella. Después de tantos años manteniendo aquel tipo conversaciones, apenas tenían que comunicarse para saber qué querían el uno del otro.
-       Claro, pero con una condición.
-       Por supuesto, padre.
-       Quiero que tu guardia esté pendiente de ti en todo momento. Últimamente hay muchos rumores sobre nosotros por allí afuera, y no quisiera que te encontraras indefensa, sabiendo las posibilidades que hay de que cualquier loco se te lance encima, vete tú a saber con qué intenciones.
-       Sí padre, gracias.
-       Puedes retirarte. – Le concedió él, retomando su lectura.


Minutos después las puertas delanteras del palacio se abrieron para ellas. Las tres amigas se adentraron en la aldea con tres guardaespaldas custodiándolas en todo momento.
-       Vamos a una taberna – les informó Anastasia.
Ellos no mediaron palabra y las siguieron.
Tras recorrer un par de calles perdidas, alcanzaron una afamada taberna llamada de forma muy original; La Taberna.
Dentro, un montón de personas bebían alcohol mientras conversaban o comían.
Las tres amigas se sentaron en una esquina, en una sola mesa. Los guardias tomaron asiento en la más cercana a la de ellas.
Entonces, sucedió.
La mirada de Anastasia se cruzó con la de aquel precioso chico al que andaban buscando.
Katherine sintió como el cuerpo de la princesa le transmitía una intensa fuerza que significaba amor hacia ese chicho.
Al principio no se percató, pero unos segundos después, Katherine se quedó estupefacta.
Aquel chico, de cabello negro que le caía por la frente de forma disimulaba, de mandíbula marcada, y ojos salvajes… Adam. Era él. Pero no lo entendía.
Ese chico que era idéntico a Adam se les aproximó.
-       ¿Qué desean? – les preguntó.
Katherine estaba segura, aquel chico, se trataba de Adam, tenía el cabello un poco más largo, vestía de forma mucho más campechana, y su piel permanecía sucia, ennegrecida por la suciedad, como todos los que la rodeaban.
De pronto, sintió algo, un frío aterrador. Se le nubló la vista, mientras se hundía en un charco de oscuridad, a la par que la imagen de Adam se difuminaba rápidamente.


Y por fin despertó. Había sido un sueño…especial. Katherine aún no podía comprender o asimilar lo que había sentido en aquel especie de trance en el que acababa de estar sometida. Había sido receptora de un millón de sentimiento y sensaciones. Sin embargo no era aquella sensación de realidad lo que más la asustaba, si no, lo visto antes de despertar. Adam.
Podía sonar a disparate, pero era así, en un principio no lo había reconocido, y cuando su cerebro analizó la información que le llegaba… simplemente era extraño e irreal, debía de serlo.
Aunque, si se ponía a pensar… desde que llegó al pueblo, no le habían dejado de ocurrir cosas fuera de lo común. Primero, la sensación tan especial que sintió el mismo día que llegó a casa de su tía en una de las habitaciones del segundo piso.
Después, la especie de rayo rojo que atravesaba su mente cada vez que su piel entraba en contacto con la de Jack.
Aunque todo aquello quedase ridículo en comparación con “la búsqueda del tesoro”. Sí, lo peor era haberse despertado en medio del bosque en plena noche, y encima, tropezar con un cuerpo.
Luego vino el intento de asesinato por parte de su prima, y la verdadera naturaleza de Jack y Adam. También estaba el sueño que tuvo consigo misma, un trance muy profundo que la llevó al interior de su mente, a la raid de sus secretos.
Adam, casi siempre era Adam. El día anterior, le había visto hacer algo raro a su prima. Después ella misma comprobaría, a través de los recuerdos de Laura, todo lo que él (o al menos en parte) le había hecho.
Katherine se puso en pie, y corrió las cortinas, un día gris, de cielo encapotado le dio la bienvenida.
Las olas del mar alcanzaban la orilla de la playa sin fuerza, agotadas, no había ni una sola gaviota que sobrevolase la arena. Las ramas de los árboles próximos a la casa se balanceaban suavemente, debía de haber una brisa, pero Katherine no quiso abrir la ventana para comprobar la temperatura, ya se la imaginaba.
Caminó hasta el cuarto del baño, y una vez hubo salido, se quedó quieta en el pasillo, mirando la cama vacía de su prima. Estaba tal y como la había dejado anoche, antes de irse.
Katherine bajó a la cocina, preocupada, el estómago le rugía como una fiera salvaje. Al entrar, se encontró con Ulalia, que se mordía las uñas de los dedos, mientras miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos, y en la mesa, una taza de café enfriándose, sin aún haber sido probada.
Katherine pasó desapercibida ante su tía, y no fue porque ella así lo quisiese, pues desde que se puso manos a la obra con intención de prepararse el desayuno, de le habían caído el plato y el cuchillo que iba a usar para las tostadas y la mermelada de melocotón, su preferida.
Pasó un buen rato hasta que Ulalia escapó de sus pensamientos, para entonces, Katherine ya terminaba de comerse el último trozo de la última tostada, y apuraba el resto del café con leche que se había preparado.
-       ¿Te marchas? – le preguntó, con voz pequeña. Carraspeó.
-       Sí, - Katherine se giró para no darle la espalda a su tía – tengo que ir un momento a casa de Jack. ¿Me necesitas, te encuentras bien?
-       No por supuesto, vete y pásalo bien. Estoy bien, tranquila, solo es que…
-       Es por Laura, pensabas que ya habría vuelto ¿verdad? – Katherine se cayó, con miedo de haber hablado demasiado. – Tía, seguro que vuelve. Ayer se enfadó, pero hasta ella, con lo cabezona que es, sabe que el mejor sitio para estar en el mundo es este, tardo o temprano lo comprenderá y volverá.
Ulalia sonrió, su sobrina le había revuelto una esperanza que ya había empezado a perderse en su mente.
-       Sí, tienes razón, gracias Katherine. Venga, vete, que Jack estará encantado de que vayas a buscarlo. – Le dijo ella, aparentemente más animada.
Katherine subió las escaleras hasta su cuarto. Una vez allí procedió a vestirse, se puso un pantalón vaquero y una camiseta azulada de manga corta. Encima llevaba una chaqueta blanca con algunos estampados de la marca fabricante.
Un rato después, salió a la calle tras despedirse furtivamente de su tía. En la calle, una brisa le azotó el cabello, revolviéndolo y enredándolo.
Descartó hacer uso del autobús, pues la casa de Jack no estaba tan lejos.
Anduvo un rato hasta alcanzarla.
Antes de que llamara al timbre, Jack le abría la puerta, y le decía:
-       Pasa – sus labios dibujaban una profunda sonrisa.
-       Hola. – Él le besó sin que ella se lo esperase.
-       Katherine quería decirte que, Adam y yo hemos decidido cerrar la tienda.
-       Ah… - eso no se lo esperaba.
-       Pero tranquila, sé de tu estado económico, pues Lusom, antes de… bueno eso, me comunicó el porqué de tu razón para trabajar en la tienda. Y como estoy al tanto de eso, quería ponerme a tu disposición, ahora que bueno… estamos saliendo, pues si necesitas de dinero, puedes pedírmelo sin dudarlo.
-       Pero… yo no… - Katherine intentó rechazar su proposición.
-       No acepto un no por respuesta. – Le cortó él.
-       De acuerdo – asintió ella. Sabía perfectamente cómo era Jack para con el dinero, así que decidió callarse. Ella había ido por otra cosa, pero cada vez estaba más insegura de si contarlo, no quería romper aquel bonito momento por el que estaban pasando.
-       Estás seria, ¿te pasa algo? – le preguntó él.
-       Jack, quería hablar contigo, sobre una cosa…
-       Claro, ven, sentémonos.  – Jack la dirigió hasta el sofá. - ¿Has desayunado? ¿Quieres que te traiga algo?
-       No. Sólo quiero hablar.
-       ¿Sobre qué? – quiso saber él.
-       Es, no te lo tomes a mal, pero… ayer vi a Adam, haciendo una cosa…
-       ¿Qué? – insistió él. La miraba fijamente a los ojos, con las manos juntas sobre las rodillas.
-       Estaba usando, ¿cómo decirlo? Un control, cómo hipnotizando a Laura. ¿Lo sabías?
Jack se quedó en silencio.
-       Jack, tengo que confesarte una cosa sobre mí. Y espero que lo aceptes al igual que yo he aceptado tu naturaleza. – Dejó unos segundos para soltar aquel tanque tan pesado que siempre llevaba a la espalda, Katherine confiaba en él, ese era el motivo por el que procedía a ello. – Soy diferente a las demás personas. No bebo sangre como tú, ni tampoco me convierto a la luz de la luna llena. Pero desde pequeña, he sido mucho más sensible a otro mundo que los demás. Soy capaz de ver fantasmas, o espíritus, según quieras llamarlos. Al tocar a la gente, puedo incluso saber lo que sienten, o más raro aún, introducirme no sólo en sus recuerdos, sino incluso en los de sus vidas pasadas. En alguna ocasión, cuando he estado en un lugar en el que ha habido (en el pasado) un accidente, o ha sido motivo de mucho sufrimiento, puedo revivirlo, por suerte esto solo me ha ocurrido dos veces en mi vida, y espero no volver a pasar por lo mismo, porque es horroroso. Jack… yo, te quiero, y es por eso que te estoy confesando esto, ¿me aceptas tal cómo soy? – hubo un espacio corto de silencio.
-       Por supuesto. – Afirmó él. – Además yo no sería el más indicado por juzgar a nadie por su naturaleza ¿no? Quiero que sepas, que ya lo presentía, en mi pasado he conocido, o he estado en contacto con otras personas con dones similares a los tuyos.
-       ¿De veras? – preguntó ella, asombrada.
-       Sí. He visto demasiadas cosas.
-       Bueno, ya me contarás más cosas sobre eso más adelante. Yo quería saber si estabas enterado de lo que hace tu hermano con mi prima. Sé que es familia tuya, pero… Jack no puedo consentirlo, Laura está y ha sufrido mucho, su mente está hecha un lío, siente terror por todo lo que la rodea, está alerta en todo momento…
Se volvió a hacer el silencio.
-       Jack, por favor, contéstame. ¿Lo sabías?
-       ¡Contéstale, eso, venga Jack! – Adam apareció en el salón bajando por las escaleras que conducían al segundo piso. - ¡Dile la verdad, cuéntale todo!
-       ¿La verdad? – repitió Katherine, mirando a ambos hermanos a la vez. - ¿Qué me tienes que contar, Jack?
Él estaba mudo, en shock, por su cabeza sólo cruzaba una idea en aquel momento; matar a Adam.
-       Puesto que él no quiere contestarte, lo aré yo. – Dijo Adam. Posó su mano derecha en el hombro izquierdo de Jack. Era un gesto de haber ganado. – Te ha estado mintiendo desde que os conocisteis. Por supuesto que sabía lo que eras, desde el principio. Desde antes incluso de que tú lo vieses. Y por cierto, ¡no somos hermanos! ¡Era todo una patraña! Algo que montamos para engañar a la gente del pueblo. Y Lusom no era nuestro padre, él no era más que un estúpido y tocapelotas vampiro que nos tenía vigilados las veinticuatro horas del día, y que no nos dejaba beber sangre humana. La verdad es que me alegré de que nos dejara para siempre, de cualquier forma no servía para nada.
-       Pero… - Katherine no podía mediar palabra. Contemplaba la enfurecida cara de Jack y el rostro vencedor de Adam a la vez.
-       Jack sabía perfectamente que usaba el control mental con tu primita, ella nos ha servido de suministro durante varias semanas, hasta que llegaste tú. Entonces, nos concentramos en ti, ahí vimos una oportunidad de cambiar nuestro futuro. Tú una bruja con poderes infinitos. La sangre más revitalizante del mundo. Capaz de hacer inmune a un vampiro ante cualquier cosa. Te necesitábamos, y la mejor forma era usarte. Jack era el encargado de eso, y me parece que ha hecho muy bien su trabajo, que era engañarte para que pensaras que te quería. Pero ahora, dice que está enamorado de ti, un vampiro, enamorado de un humano, es repugnante.
Ahora ya sabes la verdad. Y ya que estamos aquí, vamos a probar el sabor de tu sangre, y ver qué efectos tiene…
Adam asomó los colmillos, y se dispuso a lanzarse sobre Katherine. Pero Jack se interpuso, rabioso, pudo enfrentarse a Adam. Formando un escudo ante Katherine.
-       ¡Tú no vas a tocarle ni un solo pelo! – le espetó él. – Nadie en la faz de la tierra le hará daño. – Jack se giró y le miró a Katherine. – Yo te quiero…
-       ¿Es verdad lo que ha contado, usabais a Laura como conejito de indias, y vuestro plan era engatusarme para después beber mi sangre, y así haceros inmunes? ¡Contesta!
-       Yo… es verdad, al principio, pero, ya no bebemos de Laura, y mi amor por ti es real, Katherine, te quiero…
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas que rápidamente comenzaron a caer por su rostro.
-       ¡Bobadas! – gritó Adam, y agarró a Jack fuertemente, y con todas sus fuerzas lo apartó hacia un lado, provocando que él saliera volando contra una pared.
-       ¡Corre Katherine! –le dijo él, entre arcadas y dolores terribles.
Adam salió rápidamente detrás de ella, y la alcanzó sin problemas, Katherine corrió hasta alcanzar el jardín delantero de la casa, pero tropezó consigo misma, y antes de que pudiera caer al suelo, Adam la agarró, apresándola con fuerza.
Ella histérica, quiso quitárselo de encima, y entonces, apareció Jack.
Él fue quien tiró a Adam hacia un lado, dejando tiempo así a Katherine para que se fuera antes de que fuera demasiado tarde.
Jack y Adam se enzarzaron en una gran pelea. Y no pararon hasta que se quedaron sin fuerzas, agotados, y con medio cuerpo lleno de cortes y desgarros de los que salían grandes cantidades de sangre.

Aún le dolía, era experta en ocultar sus sentimientos. Vampira o no, tenía sentimientos, y aunque nadie en la faz de la tierra lo supiera. La relación que había mantenido con Lusom había sido muy especial.
No era la típica relación humana, era diferente, entre los dos habían enfrentado el futuro, los problemas, y se habían enfrentado a las adversidades, siempre juntos.
Fue aquel el motivo de que su corazón se rompiera en mil pedazos al enterarse de la fatal noticia. Él había muerto, asesinado por otro vampiro. Y juró que se vengaría, pues quien fuera, le había arrebatado lo que más quería en el mundo entero. La persona con la que había vivido a lo largo de sus últimos doscientos años de vida.
Y ahora que contemplaba la única fotografía que poseía de él, sujeta entre sus manos, con intensidad. Las lágrimas no podían si no acudir en abundancia.
Hacía tiempo que no deseaba tanto la muerte como en aquellos instantes.
Sin embargo, su prioridad ante todo, era encontrar a ese maldito vampiro que había matado a Lusom, y vengarse de mil maneras diferentes.
Roxán esperaba impaciente la llamada que tanto deseaba.
Mientras, en la soledad de su despacho, mientras sus clientes disfrutaban en la planta de abajo del edificio, ella comenzó a llorar, incapaz de poder parar. Era mucha la pena, más de doscientos años de convivencia, borrada de un plumazo, y aquel penoso y frustrante sentimiento, debía desaparecer de su interior, cuanto antes, ya le daba igual todo. Si moría por falta de sangre, y alguna de sus vampiras la encontraba muerta en aquel mismo sillón en el cual ahora estaba sentada, muerta, mejor. Así no tendría que hacer frente el infinito futuro que se suponía la aguardaba, porque… sin Lusom, nada merecía la pena. Ya no.


No se lo podía creer. Katherine se sentía agotada, las lágrimas se llevaban toda la vitalidad de su cuerpo. Sin contemplaciones. Cuando llegó a casa intentó no llorar, no hacer ruidos que alarmaran a su tía. Lo último que quería era que ella se le aproximara con preguntas.
Subió a su cuarto y se dejó caer sobre la cama.
Tiempo indefinido después, cuando los llantos ya se perdían en el dolor que invadía su garganta, se reincorporó, para sentir cómo sus huesos de papel no podían cargar la aparente e inmenso peso de su masa corporal. El dolor la aplastaba, incluso ahora más que nunca, sentía el oro del collar que Jack le había regalado sobre la piel.
Lo agarró y lo contempló en silencio.
No sabía qué hacer con él. Tirarlo era una opción. Aunque eso conllevara romper toda conexión con Jack, y dando así por terminada aquella relación, que tan prematuramente había terminado.
Le había contado su secreto. Pero Katherine no sentía que eso fuera un drama, de alguna forma sabía que Jack nunca llegaría a decir nada.
Aún y todo, le había estado engañando. Y se sentía frustrada por ello. La quería utilizar para hacerse según Adam, inmortal. Era eso lo que la había molestado profundamente, no valía que la quisiese, o eso era lo que él le decía. El problema era que no podría confiar ya más en él. Adam le daba igual, sinceramente pasaba completamente del sueño que había tenido, no le importaba, podría haber sido muy real, pero eso no significaba nada.
Katherine se sentía ahogada, y decidió abrir la ventana para airear un poco la habitación, entonces, vio a su tía, debajo de ella, en el porche de madera, contemplando las maravillosas vistas, con un cigarrillo entre los dedos, expulsando el humo de forma nerviosa, y con mirada de tristeza.
Laura, aún no había vuelto. ¿Le habría ocurrido algo? Esperaba que no. Adam era el culpable de todo, su prima había sufrido mucho por culpa de él.
Las nubes ocultaban el sol casi por totalidad, pero Katherine supo que la tarde ya llegaba a su fin. La oscuridad empezaba a asomarse, amenazante.
Finalmente, decidió acostarse, se encontraba agotada, por tanto, pensó que dormir un poco no le sentaría mal.


Se le empezaba a acabar el tiempo. Había esperado hasta tarde porque sabía que el repartidor de pizzas trabaja sólo de noche. Estaban a punto de dar las nueve y media de la noche.
Salió del coche y cruzó la calle para llegar a la pizzería.
Un montón de gente esperaba fuera, entre charlas, sobre todo eran jóvenes que decidían qué pedir para cenar.
Lax no dudó ni un segundo en entrar. Y fue directo hasta el hombre que parecía llevar toda la gestión. Cerca de la barra.
-       ¿Qué desea pedir? – le preguntó.
Lax lo miró a los ojos y le dijo;
-       Me vas a dar la información sobre el hombre que ayer entregó un par de pizzas en la casa con vistas al mar, en la calle Guipúzcoa. Y rápido.
-       Sí señor. – Asintió el hombre, y se puso a buscar entre los ficheros. – Ahora mismo no encuentro el papel…
-       Dame el nombre del repartidor.
-       Sí – volvió a asentir con la cabeza. Y comenzó a buscar en los archivos del ordenador.  – Ayer, sólo se hizo un pedido en la calle Guipúzcoa.
-       Dime el nombre del repartidor y a qué hora entra hoy a trabajar. – Le ordenó Lax.
-       Lo siento, señor. Hoy Daniel no tiene que trabajar, mañana si quiere podrá encontrarlo…
-       Mira, humano de mierda – le amenazó, agarrándole del cuello de la camiseta blanca, empujándolo hacia él violentamente. – Quiero que me digas dónde puedo encontrarlo, ¡ya!
-       Sí-sí – tartamudeó el chico, asustado. – Puede usted encontrar a Daniel en el tercer piso del portal doce de la calle Rey Tercero.
-       Gracias – escupió Lax mientras se marchaba en aquella dirección. Impaciente.
La desolada calle en la que aparcó el coche le daba toda la oportunidad de evitar contenerse con su víctima. Iban a dar las diez, debía darse prisa.
Se subió a la escalera de incendios de un salto, y escaló con la rapidez y habilidad que sólo un vampiro de su edad puede tener.
Al llegar al tercer piso, miró por una de las ventanas, aquellas casas antiguas eran muy espaciosas. Agudizó la vista y el oído, y escuchó el ruido de un canal de televisión, se encontraba en el salón, bebiendo cerveza y comiendo fideos.
Cogió aire, e intentó hacer su trabajo lo más rápido posible.
Cuando Daniel escuchó el sonido del golpe que una de las ventanas recibió, se asustó y por lo tanto, saltó del sofá involuntariamente.
Entonces se hizo el silencio.
Escrutó la vista, mirando la oscuridad que alumbraba el pasillo y la habitación en la que se había roto el cristal.
Con el cuerpo en tensión, decidió ir a comprobar el motivo de aquel desastre.
Nada más asomarse a la ventana, Lax le agarró del cuello, y le obligó a invitarle a su casa con el control mental.
-       ¿Quién eres? – le preguntó Daniel.
-       Aquí el que hace las preguntas soy yo – le espetó Lax. – Bien, quiero que me des tu permiso para poder entrar en la casa de las vistas al mar.
-       ¿Para qué…?
-       ¡Te he dicho que me des la invitación! No quiero que digas nada más.
-       Yo-yo…
-       ¡Dame la invitación!
Lax le miró a los ojos al hombre, mientras él, temeroso por lo que él le podía hacer, retrocedía paso a paso, hasta el salón.
Después de volver a insistir. Daniel terminó por darle su permiso.
De esa forma, Lax era ahora capaz de entrar en la casa y coger a Katherine. Pero para llevar eso a cabo, primero debía acabar con el hombre que tenía ante sus ojos.
-       Lo siento, sólo ha sido casualidad. – Le dijo Lax irónicamente. A continuación le agarró del cuello y de un giro rápido y eficaz se lo rompió.
Después de eso, Lax podía hacer lo que debía, dejó a Daniel en el suelo, salió de la casa por la ventana, y de un salto alcanzó el suelo. En un segundo ya se encontraba en su coche, arrancando el motor, con la mente fija en Katherine.


Se habían golpeado hasta quedar agotados. Y parecía que aquella era la mejor forma de que se mostraran la realidad el uno al otro. Jack no podía hecharle la culpa a Adam de lo que había sucedido. Pues tarde o temprano, Katherine hubiese termino por saber la verdad, y sinceramente, él prefería que la relación acabara pronto. No quería sufrir más.
Ahora, se tomaba una copa de sangre fresca, sentado en el sofá, con la mirada perdida puesta en el televisor encendido pero mudo.
-       Tenía que hacerlo. – Se justificó Adam, al entrar en el salón. – Lo siento, pero lo que me dijiste de cerrar la tienda, y el saber que tú sí podrías disfrutar de ella… me puso de los nervios, y cuando os he oído hablar… simplemente he explotado.
-       No tienes por qué decir nada. – Le dijo Jack. – Sé que no hice bien al tomar la decisión de cerrar la tienda por mí solo. Pero tienes que comprender que lo que sentía por Katherine lo ha cambiado todo, corrijo, lo había cambiado todo. Me da igual ya. Prefiero que las cosas hayan terminado de esta forma, esta relación nunca hubiese acabado bien, Katherine tendría que enterarse algún día de la verdad, pero Adam… la quiero, y eso no puedo evitarlo.
Se miraron profundamente, Adam, por primera vez en mucho tiempo, sentía una fuerte sensación de culpabilidad.
-       Jack lo siento, tío, seguro que si vas y le explicas todo, lo entiende.
-       No. Ella me ha contado su secreto, que aunque yo ya lo sabía, era un paso muy importante. Y yo, aún no le había dicho nada sobre mí. Katherine aceptó mi verdadera naturaleza… ha sido la primera humana desde que me convertí que me ha aceptado tal y como soy, y yo que soy gilipollas le he estado mintiendo. Pero tú también podrías haberte callado, que menuda me has liado. – Aquella última queja era simplemente un reproche insustancial, unas palabras que Jack tenía que decir para quedarse a gusto.
De pronto, Adam sintió algo.
-       ¿Qué sucede? – le preguntó Jack, que le notaba algo extraño.
-       Alguien… se acerca.
-       ¿El Creador?
-       No, es un vampiro, pero no es El Creador, parece que viene… tiene buenas intenciones, o eso percibo.
Adam caminó hasta la puerta, y Jack le siguió.
Al abrirla se sorprendieron.
-       Hola chicos, cuanto tiempo. – Les saludó Sophie.
-       ¿Tú, qué haces aquí? – le preguntó Adam, incómodo.
-       No vengo a malas. No tiene nada que ver con El Creador. Es por vuestra amiga Katherine.
-       ¿Qué pasa con ella? – espetó Jack, enfadado, no le gustaba que Sophie pronunciara su nombre.
-       Está en peligro.
-       Mientes. – Dijo Adam. – Siempre mientes.
-       No. Chicos, sé de muy buena tinta, que El Creador os ha estado espiando, al parecer no le interesáis mucho. – Se sinceró. – Él tiene un espía en el pueblo aún no sé quién es, pero hay una cosa de la que estoy completamente segura. El Creador se interesó desde el primer momento de Katherine, cuando su espía le informó de ella, y al parecer, hoy, ese mismo espía, tiene la orden de raptar a Katherine para llevársela a esta dirección – y les entregó un papel con un número y el nombre de una calle de la ciudad-  en la cual, algún vampiro muy cercano al Creador, se la llevará en persona para que él disfrute de su sangre, esa sangre que según cuentan, es tan buena para un vampiro.
-       Estás mintiendo – dijo Jack.
-       No, mirad. No tendría por qué mentiros, es así, id a esta dirección, y lo comprobaréis. Me parece que no perdéis nada por comprobar si vuestra amiguita está bien. ¿No?
Se hizo el silencio.
-       Yo me voy, ya os he advertido, luego os arrepentiréis si no vais y descubrís que Katherine ya no está. – Sophie desapareció con la velocidad de un rayo.
Jack y Adam se miraron mutuamente.
-       Tengo que ir. – Le informó Jack, saliendo de la casa para coger el coche.
-       Pero… Jack… - sabiendo que cualquier réplica que le hiciera, Adam decidió rendirse. – Te acompaño.
-       ¿Seguro? – preguntó él.
-       Arranca. – Le dijo, mientras se montaba.
Llamaron al timbre cuando llegaron.
-       ¿Está Katherine? – le preguntaron los dos al unísono a Ulalia.
-       Sí, claro, se encuentra en su habitación.
-       ¿Podemos subir? – preguntó Jack.
-       Claro, pasad…
Ambos subieron las escaleras rápidamente, y cuando abrieron la puerta, se quedaron completamente quietos.
Katherine no estaba, no había señal de ella, ni rastro. Entraron a la habitación.
La cama estaba desecha, y la ventana abierta, las cortinas bailaban al son del viento que entraba a la estancia, la luz estaba encendida. Era como si ella misma se hubiera ido sin decir nada.
Y eso parecería a ojos de cualquier humano, pues no había signos de forcejeos en ningún lado.
Sin embargo, tanto Jack cómo Adam, lo olieron, era inconfundible, se trataba de un vampiro, uno de su raza, había estado allí recientemente.
-       ¿Qué hacemos? – preguntó Jack.
-       ¿Vamos a la dirección que nos ha dado Sophie? – propuso Adam.
-       Sí, no tenemos otra opción, aunque sea una encerrona para hacernos algo o atraernos, es lo único que podemos hacer. Vamos.
Volvieron a bajar y se despidieron de Ulalia furtivamente, mientras salían de la casa.


Sentía los baches cómo pequeños vuelcos en su cuerpo. Iba en un coche eso estaba claro, por una de las ventanillas, seguramente la única abierta, entraba el sonido de la calle. Parpadeó.
Al principio, sus ojos sólo le enviaban imágenes borrosas y deterioradas. Pero según pasaba el tiempo, fue viendo todo mejor.
Katherine estaba confusa, un esparadrapo le tapaba la boca, evitando que así pudiera hablar o gritar. Y alguna especie de cuerda o plástico fino le mantenía las manos juntas, aferradas para que no pudiera escapar.
Vislumbró la silueta de un hombre al volante. Sus rasgos serios no le transmitieron miedo, si no, más bien, inseguridad e intranquilidad.
-       Veo que ya te has despertado. Da igual, hemos llegado. – Le dijo el hombre, girando la cabeza quince grados hacia la derecha para poder verla de reojo. – Ha sido más fácil de lo que pensaba. Ahora te entregaré a él y esperaré su respuesta. Lo siento por ti.
El coche se paró, y Lax bajó el primero. Katherine lo siguió con la mirada en todo momento, y cio cómo él abría una de las puertas traseras para sacarla del auto.
El frío de la calle se le clavó en el cuerpo. Intenso e inhumano. Lax la trataba con muy poco cuidado.
El vampiro cerró el coche y llevó a Katherine a arrastras hasta el interior de un portal, a continuación se adentraron en un sombrío pasillo que los llevó hasta un ascensor, con el cual, alcanzarían el último piso del edificio perdido a las afueras de la ciudad.
Lax entró en la única puerta que había en aquel piso, estaba abierta. Y al parecer pudo entrar sin permiso de un humano, lo que significaba que esa casa estaba en manos de otro vampiro.
Lax comprobó la estancia, vacía. Y confuso, llevó de mala gana a Katherine hasta la única silla que había en la casa. Apenas algunos armarios adornaban las paredes. Todos permanecían llenos de una buena capa de polvo.
Lax, tras mirar en todos lados volvió a la habitación en la que se encontraba Katherine. Y la miró con furor.
-       Quedan diez minutos. Habrá que esperar.
Katherine seguía sin comprender del todo. Y contempló al hombre que tenía ante sus ojos con tristeza, desolada por todo lo que le estaba pasando.
-       Te quitaré el esparadrapo si prometes no gritar. – Le comentó él. Aparentemente amistoso.
Katherine asintió con la cabeza.
-       ¿Seguro que no gritarás? – a lo que ella contestó llevando la cabeza de derecha a izquierda repetidas veces. - ¿Seguro? – preguntó él, y ella asintió de nuevo.
Le escocieron los labios al sentir cómo el esparadrapo se despegaba violentamente de su piel. Los apretó en un intento de aliviar el picor.
De pronto, los ojos de Lax se llenaron de lujuria.
-       Hasta ahora no me había fijado en lo bonita que eres – comentó. – Según parece, tu sangre es venerada por El Creador, lo que es muy difícil de conseguir, y supongo que si él ha mostrado repentinamente tanto interés por ti, está justificado, creo que si te probara… no pasaría nada, la herida desaparecería enseguida… - Lax se lamió los labios, la lujuria brillaba en sus ojos con luz propia.
Se acercó hacia Katherine, y le levantó el rostro por la barbilla, suavemente.
Al abrir la boca para expulsar el aire, emitió un gemido sensual, aunque a oídos de Katherine sonó ridículo y escalofriante.
-       ¡Ni se te ocurra tocarla! – gritó una voz masculina a su espalda. La ventana de la habitación (que parecía haber funcionado de salón en el pasado) se rompió en mil pedazos, y dos figuras entraron furtivamente.
Lax, sin tiempo a protegerse, salió volando hacia un lado, para después deslizarse un par de metros por la tarima que componía el suelo.
Katherine sonrió al descubrir que Adam y Jack habían llegado para salvarla. Justo en el momento antes de que aquel pervertido del que no sabía ni el nombre hubiese intentado morderla.
-       Kath… - Jack la abrazó fuertemente. – Lo siento. – se separaron un poco para poder mirarse a los ojos. – Tranquila vamos a sacarte de aquí enseguida.
Pero en el mismo instante en que él rozaba la tira de plástico que mantenía a Katherine atada de manos, Lax se echó encima de Jack. El choque entre ellos sonó como el golpe de dos piedras, pero el más joven fue el único que salió mal parado. Cuando Jack retrocedía unos metros, frenándose con torpeza, descubrió un palo de madera en su estómago. Lax le había atravesado, el dolor no era fuerte, pero ya percibía que la herida iba a ser grave.
Adam aprovechó el momento en el que Lax quedó desorientado tras el choque para agarrarle por los brazos doblándoselos, sintiendo cómo sus huesos chirriaban bajo la presión.
Lax emitió un profundo grito de dolor, y apretando la mandíbula, forcejeó con Adam, unos cincuenta años menor que él.
Katherine desvió su mirada, para ver cómo se encontraba Jack, sus pupilar se dilataron del terror que sintió al descubrir como un gran chorro de sangre caía por la pierna izquierda de él, formando un charco negro en el suelo, bajo sus pies. Katherine se puso en pie, y caminó hasta él, mientras Adam, se quedaba sin fuerzas, agotado por que no había bebido sangre desde la pelea que había mantenido con Jack, tras contarle toda la verdad a Katherine.
Lax consiguió librarse parcialmente, dando un giro de ciento ochenta grados sobre sí mismo, y golpeando a Adam en la cara de un fuerte puñetazo.
Él sintió cómo la sangre bañaba sus dientes, creando pequeños ríos que surcaban dentro de su boca con sabor a hierro.
Jack se sacó el palo que tenía atravesado en su estómago entre profundos dolores. Viendo cómo su cuerpo perdía cada vez más sangre. Katherine se acercó a él y le preguntó si se encontraba bien, con la voz en un hilo. Lágrimas caían por su rostro.
Jack le cogió las manos, y con sumo cuidado, rompió el plástico que había apresado hasta ese momento parcialmente a Katherine.
Adam, sin embargo no pudo con su oponente, y calló al suelo de rodillas tras recibir varios golpes en el rostro y el estómago.
Ahora la sangre caía por su barbilla, tocando el suelo en forma de gotas perfectamente circulares y todas ellas diferentes.
Jack aferró fuertemente el palo, del cual Lax había afilado una de sus puntas, y se abalanzó sobre él, para perforarle una pierna.
El vampiro gritó de furor, palpándose su extremidad dañada. Para después girarse, y quemar con la mirada a su nuevo oponente.
En aquel instante, y mientras Lax le daba la espalda. Adam agarró la única silla que había en toda la casa, y le arrancó una de las patas, para que con mucha fuerza, pudiera atravesarle el pecho.
Los ojos de Lax se quedaron completamente en blanco, cómo muertos.  Estaba en shock.
Adam se levantó de suelo con dificultad, viendo cómo su oponente caía derrotado en el mismo sitio en el cual acababa de estar él.
Jack intentaba parar la hemorragia, mientras sentía cómo todo a su alrededor se difuminaba, y los colores de los objetos se mezclaban formando una mancha que le impedía ver con claridad.
Después, todo se quedó oscuro.


-       Jack – la dulce voz de una mujer lo llamaba, repetidas veces. - ¿Me oyes? – preguntó la voz.
-       Katherine – consiguió balbucear él con la boca seca.
Al abrir los ojos, sintió un fuerte mareo, hasta conseguir acostumbrarse a la luz. Reconoció el lugar, era su habitación, de paredes pintadas de verde, infinitas baldas repletas de libros, discos y películas.
-       No hables, toma – le ofreció. Automáticamente, Jack sintió al contacto con su mano, algo frío, que después supo era un cristal, más bien un vaso lleno de agua. – Tienes que beber.
Y tragó hasta quedar saciado por completo.
-       Sigues vivo de milagro – le dijo Adam, que estaba apoyado en la pared, contemplándolo.
-       Has perdido mucha sangre – afirmó Katherine. – Adam dice que tienes que beber sangre.
Todos intercambiaron miradas.
-       Sí, bueno, da igual, ya me recuperaré. – Comentó él, enderezándose en la cama, con dificultad, sintiendo como la herida, aún no curada, volvía a palpitarle.
-       No, esto no es tan fácil. Es serio, ni toda la sangre que tenemos en el frigorífico te ayudaría a recuperarte. Necesitas ayuda. – Tras decir aquello, Adam dirigió su mirada hacia Katherine.
-       Yo… Adam me ha explicado muchas de las cosas, Jack quiero que sepas que no te guardo ningún rencor ni nada por el estilo. Y si quieres, yo… te ofreceré mi sangre. Sería la forma de demostrarte lo que siento por ti. – Se sinceró ella.
-       No, me niego – dijo él rotundamente, de una forma tan fría que Katherine llegó a sentirse dolida. – Kath, ya sé cuáles con tus sentimientos hacia mí, no necesito más, estoy feliz porque me hayas perdonado.
-       De acuerdo, pero… si en otro momento…
-       No – le cortó él rápidamente, y al notar que podía volver a ofenderla, se controló. – Seguro que me repongo con la sangre que tenemos guardada. Tú debes irte a casa y descansar.
-       Yo quiero quedarme aquí para acompañarte…
-       Ni hablar, tú vete a casa y preocúpate de que Ulalia te vea. No vaya a ser que se lleve un disgusto al no encontrarte en casa.
Katherine, aunque le dolió, terminó por asentir. Jack tenía razón, no quería preocupar a su tía, y menos ahora que Laura aún no había vuelto a casa.
-       Está bien, me iré, pero mañana estaré aquí pronto. – Le aseguró ella. Y antes de levantarse de la cama en la cual había permanecido sentada durante más de dos horas, le dio un beso a Jack en la mejilla. – Hasta mañana. Te quiero.
-       Yo también te quiero. – Le dijo él.
-       Anda vamos – cortó Adam, dirigiéndose a Katherine – yo te llevaré a casa en coche, es tarde y no es plan de que vayas tú sola andando hasta allí, además hace frío.
-       Gracias Adam. – Le dijo ella. Mientras salían de la habitación de Jack.
El motor del coche paró, y al hacerlo, el silencio se apoderó de todo. Katherine se desabrochó el cinturón, y abrió la puerta para salir.
-       Gracias por traerme.
-       De nada. Nos vemos mañana. – Le dijo él sonriente. - ¿Quieres que venga a recogerte? Sólo tienes que llamarme y en un segundo estaría aquí.
-       No, pero gracias por el ofrecimiento. – Katherine se quedó mirándole. Tenía en mente muchas preguntas comprometidas que hacerle a Adam, pero no sabía si formularlas. Sin embargo, su prima no aparecía por ningún lado y ya llevaba más de un día sin dar señales de vida.
-       Adam… - él la interrumpió antes de que pudiera seguir hablando.
-       Soy un gilipollas, no hay otra palabra que me defina mejor. No soy buena persona. Durante mucho tiempo he evitado todos mis problemas, y supongo, que Laura llegó a formar parte de uno de ellos cuando la usé para alimentarme, y después le borré la memoria, todo hubiese ido bien, si su mente no fuera tan fuerte como para sentir algo contra mí. Ya sé que no hay justificación para lo que hice. Lo siento. Ya lo he comprendido, pero prometo que intentaré ser mejor persona de ahora en adelante, te lo prometo, tú me has enseñado muchas cosas Katherine… Bueno, que se hace tarde, me voy, y tranquila, ya verás cómo Laura aparece en cualquier momento por la puerta, si es que no está ya en casa. – Intentó no sólo consolarla a ella, si no así mismo también, porque se sentía culpable. – Hasta mañana. – Se despidió, arrancando el motor del coche, para a continuación girar unos cuarenta grados para poder meterse de nuevo en la carretera.
Katherine contempló el coche hasta que lo perdió de vista y después se metió en casa.
El calor la invadió. Y el silencio también.
Las luces estaban apagadas en el primer piso, y según comprobó después, también en el segundo. Cuando llegó al tercero, se deslizó por el pasillo hasta la habitación de Laura, y allí descubrió a su tía Ulalia, dormida en la cama de su prima, con la luz de la lámpara de noche encendida.
Katherine se acercó a ella, y la apagó.
Inmediatamente después de llegar a su cuarto, se cambió la ropa por un cómodo pijama, y se acostó. El sueño ya estaba presente incluso antes de que cerrara los ojos. 

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