Sinopsis

Katherine se trasladará a Santiago, para pasar el verano en casa de sus tíos. Pero aquel lugar tan idílico no lo será tanto, enseguida su ángel protector entrará en acción, y le avisará continuamente que ese chico del que ella está enamorada, no es alguien de fiar.
¿Qué es lo que Jack esconderá?

lunes, 21 de marzo de 2011

Capítulo.8 Segunda Parte

Hola a todo el mundo!!!! ya os traigo la segunda parte del octavo capítulo, pero no la última!!!! según iba escribiendo el cap el sábado y el domingo, me di cuenta que el cap me daba para más de lo que pensaba, y debido a eso, habrá una tercera parte, que esa sí será la final.
Espero que os guste!!!!
Besos!!!


Lax estaba un tanto preocupado, creía haber satisfecho a su creador al mandarle toda aquella extensa información sobre lo que sabía de Katherine. Esa mujer humana con poderes ocultos que al parecer ni ella misma había descubierto aún, y que últimamente andaba mucho tiempo con Jack.
El Creador ya no estaba preocupado por sus dos hijos. Adam y Jack habían pasado a un segundo plano, ahora quien le llamaba la atención era ella, Katherine. Y más desde que llegó a sus oídos que la sangre de una bruja descendiente que acaba de cumplir la mayoría de edad, es capaz de hacerlo eterno, inmortal de verdad. No sólo podría no afectarle la luz del sol, sino que tampoco lo haría el metal, ni las balas de madera, incluso, cabía la posibilidad de que pudiese entrar en los hogares de todas las personas del mundo aunque le denegaran el paso o no tuviese una invitación previa.
Lo que para un vampiro como él, era todo un lujo, lo único que no tenía en la vida y había deseado durante toda la eternidad. Ahora lo tenía al alcance de la mano.
¿Para qué el libro de los secretos? Cierto era que según la leyenda, quien poseyera ese libro y supiera manejarlo sin que su alma cayera en manos de satanás, sería invencible. Pero eso era imposible. Sabía de buena tinta que recientemente, y gracias a Lax, el libro había estado a punto de comerse a Jack y Adam, hubiese sido una pérdida un tanto triste, pero eso le daba igual. Ahora que sabía que con beber la sangre de Katherine sería inmortal, no le cabía otra cosa en la cabeza.
Lax se encontraba en un Taxi, camino de una dirección, en la cual, debía reunirse con un contacto muy cercano al Creador. Éste contacto, al parecer, tenía órdenes directas de él. Esa era la razón de su nerviosismo e incertidumbre.
Lax esperaba que todo lo que le había ido contando y de  lo que le había ido informando en los últimos días, fuese lo suficiente como para que no le impusiera un castigo, inclusive que lo librara de ser su esclavo.
El auto se paró frente a una acera, Lax pagó al conductor y salió. Era de día la una en punto, y por lo tanto, las calles estaban mucho menos transitadas.
Lax caminó un par de calles hasta encontrar el establecimiento que buscaba. Una vez allí sólo tuvo que preguntar en la barra por D, y el hombre le dijo que le esperaba en el segundo piso y le señaló la forma de llegar.
Subió por unas escaleras de caracol situadas tras una puerta cercana a los baños y después cruzó un pequeño pasillo para alcanzar la habitación.
-       Pasa – le dijo una voz al otro lado, le había oído llegar.
La estancia estaba completamente a oscuras, las ventanas permanecían cerradas y ocultas tras unas cortinas opacas de tela blanca, aunque a simple vista parecía plástico. Sólo entraban dos rayas de luz por un lado y apenas iluminaban un trozo de pared y una bombilla desnuda que colgaba de varios cables del techo.
-       Siéntate – le ordenó la voz masculina.
Lax activó su modo vista nocturna, pues los vampiros –la mayoría al menos- tienen la capacidad controlar el enfoque de sus ojos, algo que los humanos no pueden hacer.
-       ¿Estás asustado, Lax?
-       No-no ¿por qué?
-       Nada, me lo parecía. – Ambos vampiros tomaron asiento en una mesa que estaba situada cerca de la ventana pero que con ojos humanos sería casi imposible encontrar, sólo sería posible con la ayuda del tacto.
-       ¿Cuál es el motivo por el que me has citado aquí? – preguntó Lax. Aunque él ya lo intuía.
-       Está claro, El Creador me ha dejado unos recados para ti.
-       ¿Cuáles?
-       Son cosas que tienes que hacer tú solo, y tienen que ver con Katherine, esa brujita que tanto le interesa al Creador últimamente. – Explicó D. – Escucha, porque es muy importante que se te quede grabado en la cabeza. El Creador quiere que la raptes, que la captures, llámalo como quieras y que se la lleves a esta dirección – D le dejó un papel pequeño sobre la mesa en la cual había algo apuntado. – Una vez allí nosotros no encargaremos de llevar el cuerpo hasta la mansión del Creador.
-       ¿Es solo eso? – preguntó.
-       Sí, pero tendrá que tener mucho cuidado, Jack y Adam serán jóvenes pero cabe la posibilidad de que si te descubren llamen a Roxán. Y ella te supera en edad. Así qué ten cuidado.
-       De acuerdo.
-       A por cierto, lo quiere para mañana a la noche, así que tienes unas treinta y seis horas para conseguir atrapar a Katherine.
-       Bien. – Asintió con la cabeza. - ¿Y Jack y Adam, qué hago, los mato como a Lusom?
-       No. Déjalos, en caso de aburrimiento, al Creador le gustaría tenerlos para divertirse un poco.


-       ¿Sabes? He decidido que voy a cerrar la tienda. – Le comunicó Jack a Adam.
-       ¿Qué? – saltó él.
Adam había llegado hacia las doce y media de la mañana, acompañado con un buen surtido de pastelitos para la cumpleañera.
-       Pues eso, que no voy a trabajar más ahí.
-       Mira amiguito, eso lo decidiremos entre tú y yo, además, hasta que no te ganes a Katherine para que podamos beber de su sangre y hacernos invencibles, la única forma de conseguir dinero para la sangre es con la tienda.
-       Adam, ya no. Lo siento. No voy  a seguir con este juego.
-       ¿A qué te refieres?
-       Me gusta Katherine, la quiero, es la primera chica que me gusta desde hace mucho tiempo, y no voy a estropear nuestra relación por ser invulnerable al sol. Adam, se acabó, no voy a seguir con el juego. – Era la primera vez que Jack mostraba a alguien ajeno sus sentimientos hacia una persona con tan poco pudor.
-       ¡No! ¡Ni lo sueñes! Llevamos buscando a una chica como Katherine desde que nos libramos del Creador, y no voy a permitir que por tu culpa me quede igual de vulnerable. ¡Haber si lo entiendes, él podría estar buscándonos ahora mismo! Y como nos encuentre… nos matará.
-       ¡Pues me da igual! Ahora soy feliz, y escúchame, como le digas algo a Katherine de todo esto… te mato.
-       ¿Tú? – dijo él entre carcajadas. – Jack, te supero en edad, no ere rival para mí, y como me sigas tocando los cojones, el que va acabar muerto antes de que finalice el día, ese vas a ser tú. – Adam estaba exaltado, hacía tiempo que no se peleaba con nadie, y ahora no le vendría nada mal pegarle dos leches bien dadas al estúpido que tenía delante.
-       ¿Qué sucede chicos? – Ulalia acababa de salir del cuarto de baño, y los miraba, quieta.
-       Na-nada – dijeron los dos al unísono.
-       ¿Ya está lista la comida? – preguntó Jack, que se le había pasado el tiempo volando.
-       ¡La comida! – gritó Ulalia, se había olvidado completamente del pollo que estaba en el horno. Corrió escaleras abajo, Adam y Jack le siguieron hasta la cocina.
La estancia estaba completamente llena de humo negro, y el pollo, seguramente más que chamuscado.
-       ¡Mi pollo! – gritaba una y otra vez Ulalia. Laura y Katherine la escucharon y llegaron unos segundos más tarde.
Minutos después, con abrir las ventanas, y tirar el pollo que estaba inservible, todos se encontraban sin saber qué podían comer.
Todos permanecían sentados en las sillas que rodeaban la mesa de la cocina, menos Adam, que estaba de pie, con cara de muy pocos amigos, maldiciendo a Jack, y pensando si lanzarse sobre él en aquel preciso instante era lo correcto.
-       Podemos pedir unas pizzas – comentó Katherine.
-       Es buena idea – apuntó Jack.
-       ¿Qué crees mamá? – preguntó Laura.
-       De acuerdo, si os parece bien, pero es una pena lo del pollo… - Ulalia seguía a lo suyo.
-       Yo me encargo de llamar – dijo Laura, que evitaba a toda costa alejarse de Adam.  - ¿De qué las pido? – preguntó, estando ya en el salón, mientras sacaba de su cartera una tarjeta publicitaria que guardaba de Telepizza.


Adam salió de la casa. Y automáticamente, cogió la cajetilla del tabaco y el mechero. Cuando ya estaba a punto de encenderlo, descubrió a Laura, que miraba al horizonte, con las olas del mar rompiendo a escasos metros, la brisa se alzaba por su rostro, barriendo su cabello.
Se acercó a ella.
-       Hola. – Le dijo. Y tapando el cigarrillo logró encenderlo con la pequeña llama.
-       Déjame, no te soporto. – Comento ella, como en un auto reflejo.
-       Vaya, sí que me tienes tirria… - Adam alargó la última palabra acompañada de una mueca en la cara.
-       Mira, me das mala espina. – Laura se giró y lo miraba fijamente apuntándole con el dedo índice. – No sé por qué, pero te juro que algún día lo sabré, y entonces… entonces… - Laura se había quedado paralizada, de repente. Por culpa de los ojos de Adam, que se volvieron negro del todo.
-       No vas a hacer nada. Está claro que por más que te lavo el cerebro sigues empeñada en no olvidar tus recuerdos, por lo tanto, ahora me voy a ir, y… no te vas a acordar de que he estado aquí contigo. – Para terminar, dibujó una media sonrisa en los labios. Se giró y tras tirar lo que le quedaba del cigarrillo y aplastarlo con las zapatillas, entró en casa.
Pero aquella vez, esa escena no quedó solo entre ellos dos. Katherine, que estaba en el cuarto de baño, por casualidad, se asomó, y lo vio todo. Ahora ni ella misma sabía qué hacer.
No sabía si Adam era un vampiro, aunque algo en su interior ya se lo había estado advirtiendo desde hacía un tiempo.


El repartidor con las pizzas llegó una media hora más tarde. Habían pasado cuarenta minutos desde que Laura hiciera el pedido.
-       Mamá, el dinero – dijo ella, que esperaba en la puerta.
El chico, de unos veinte años, esperaba cargando con las pizzas.
-       Pasa hombre, no te vayas a cansar. – Le dijo ella. Cogió dos de las pizzas y las llevó al salón que estaba a mano derecha según se entraba por la puerta.
El repartidor, sin perder la sonrisa, recibió a Ulalia, que hurgaba en su cartera.
-       ¿Cuánto es? – le preguntó.
-       Cincuenta euros, señora.
-       Toma. – Le tendió un fino billete de cincuenta y otro billete de cinco de propina.
-       Gracias – le dijo el hombre, radiante de felicidad, y retirándose con rapidez camino a la motocicleta que la esperaba mal aparcada en la acera.
Ulalia se hizo cargo de la pizza restante y la llevó al salón, Katherine se encargó de las bebidas, junto a Jack.
Adam, aburrido, hacía zapping con el mando del televisor.
Después de la comilona que se pegaron. Llegó el momento de dar los regalos.
-       ¡Hora de los regalos! – gritó Ulalia, sobresaltada e inquieta. – El primero es el mío y el de Laura, es conjunto, y el segundo el de tu tío Javier, que como sabes está muy ocupado en su nuevo trabajo. Por cierto, me ha dicho hoy a la mañana que te llamará esta tarde, en cuanto termine una reunión que tiene, ¡ah! Y han llamado tus padres, dicen que quieren tener una videoconferencia contigo a las nueve de la noche. Que te conectes al MSN. Toma. – Ulalia le tendió una pequeña caja.
-       ¿Qué es? – preguntó ella, sonriente. - ¡Pendientes! – gritó al abrir el regalo. Eran preciosos. Pequeños, pero como a ella le gustaban, ni muy llamativos ni muy viejos. Simplemente geniales.
Katherine abrazó a su tía y cuando se separó y reparó en Laura, ella le dijo:
-       Ni hablar, nada de abrazos, ni besos, me alegro de que te guste, mi madre tiene los mismos gustos que los tuyos, ahora sé que te puede llevar a ti a las rebajas.
-       Gracias. – Le dijo.
Ulalia le tendió el regalo de Javier.
Lo abrió.
Era un diario, con una nota, en la que ponía:

Espero poder hablar contigo en tu día de cumpleaños, felicidades por tu mayoría de edad.

Después llegó el regalo de Adam.
Se trataba de un libro.
-       Tokyo Blues – le dijo él, mientras ella leía el título.
-       Gracias Adam, me encanta Haruki Murakami.
-       Me lo imaginaba.
Tras recoger, Adam se despidió, pues tenía, según él, cosas que hacer. Jack subió con Katherine a la habitación de esta.
-       Feliz cumpleaños – le susurró él al oído. Y le dio un beso.
Jack se quedó hasta las ocho de la tarde, Katherine quería ducharse y cambiarse de ropa para poder estar cómoda cuando hablase con sus padres a través de la webcam. 

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